LA FATIGA DEL FORMATO GRAN HERMANO
GH5: cuando más es menos

GH5Por: Gustavo Noriega. Me voy a meter en un tema que no es el mío en Hipercritico.com, el de la televisión. Perdón, Bazán, si te piso los pies, mi intención no es molestarte (poco). El hecho que quiero analizar es el de la participación del espectador en lo que consume, en su grado de actividad o pasividad. Esto viene a cuento de que a pocos días del comienzo de Gran Hermano 5, con una colega que no voy a nombrar (Fernanda Iglesias) tuvimos la misma reacción: “¡Uh, aprenderse esos 18 nombres otra vez!”. En pocas palabras, la idea de estar al día con GH5 para cumplir con nuestros compromisos laborales nos daba fiaca. Luego comenzó el programa y lo mismo pareció sucederle a la mayoría del público.

Gran Hermano es un entretenimiento del cual no es sencillo hablar bien. Por un lado no goza de prestigio: hasta es redituable en términos políticos criticarlo, tanto como para que el secretario de Cultura José Nun (a punto de asumir, me dicen) y el ministro Filmus se hayan expresado públicamente en contra. Por otro lado, el punto central del programa, el hecho de que los participantes vendan su intimidad voluntariamente, tiene indudablemente algo de monstruoso. Sin embargo, aprovecho este momento en que el programa parece estar en baja para afirmar que yo veo algo atractivo en Gran Hermano. Y creo que el hecho de que esta edición, tan seguida de dos anteriores, por ahora haya bajado sus mediciones de audiencia tiene que ver justamente con lo que yo considero son sus facetas positivas.

Gran Hermano ofrece un caldo de narraciones que requiere, a diferencia de la ficción clásica, de un espectador activo, atento. Comparemos con una telenovela, por ejemplo: el espectador conoce a la mayoría de los actores, no necesita un tiempo para ir acostumbrándose a sus caras y sus voces para así identificarlos. En la primera escena puede ver a Pablo Echarri y esa sola imagen ya le transfiere una cantidad importante de información. “Pablo Echarri”, el ícono televisivo, significa protagonismo, masculinidad, hombre de barrio, honesto, impulsivo, laburador. El desarrollo de la novela aprovechará esas cualidades para remarcarlas o subvertirlas pero lo cierto es que el espectador no empieza de cero sino con un background considerable al partir meramente del protagonista. Sabe, además, que ese personaje va a estar en pantalla hasta el último capítulo, última escena. Haga el lector el ejercicio de reemplazar “Pablo Echarri” por el nombre de otro actor o actriz conocido y buscar las características básicas que ese nombre transmite. Por otro lado, las ficciones de televisión simplifican a tal punto sus tramas que es posible seguirlas a través de sus promociones.

En Gran Hermano arrancamos con la imagen de algo así como “Andy Duccotelli” (estoy inventando el nombre). No sabemos nada de él y, no sólo eso, tampoco sabemos si él será protagonista importante o si se irá de la trama a la semana. Y en esa situación estamos ante los otros diecisiete. La indefensión del espectador ante esos 18 jóvenes sobreexcitados, que hablan todos a la vez, es total.

Luego viene lo más rico del programa y es el hecho de encontrar narraciones dentro del flujo de la vida cotidiana que se desarrolla en la Casa. Aquí hay una mediación entre el desarrollo puro de los hechos y el espectador y es el trabajo de Eduardo Cura, que selecciona los momentos y el ordenamiento de los editados que aparecen en las galas y los debates. Pero aún así, Cura no trabaja sobre un número de eventos potencialmente infinito, solamente limitados por la imaginación, como en el caso de la ficción, sino por lo que realmente sucede en la casa. Y además, el espectador cuenta con una restringida pero no menor fuente de accesos a la Casa, que le permite tomar información casi de primera mano, apenas mediada por la elección de la cámara que sale al aire. Sobre esas fuentes limitadas y casi ingobernables se construyen narrativas. El espectador hace un esfuerzo bastante poco común para encontrar héroes, villanos, romances, traiciones y actos de arrojo. El pico de GH4 fue, indudablemente, el momento de protagonismo de Nadia, una participante de carácter fuerte, dominante, polémico, bastante maliciosa y caprichosa. Su liderazgo provocó momentos “ficcionales” muy interesantes, que contrastaron tanto con la meseta con la que prosiguió el programa después de su salida como con la incapacidad absoluta de este personaje de generar algo interesante fuera de la casa, en un ámbito mucho menos narrativo como es el de los talk shows. Todo ese protagonismo de Nadia, su efecto de polarización en la casa, no sólo es algo que no estaba escrito de antemano sino que era algo que había que descubrir, tanto para quien desarrolla el trabajo de editor como para el espectador.

En resumen, el seguidor tiene que consumir GH con un nivel de concentración y un amor por los detalles que el entretenimiento contemporáneo ha dejado de lado. Para volver brevemente al cine, la forma de relacionarse del espectador con las historias (pensemos en las películas de superhéroes) es cada vez más epidérmica, más sensorial, menos detallista, en definitiva, más pasiva.

Así, no es de extrañar que el de Gran Hermano sea un formato que canse y que requiera un cierto tiempo de reposo entre sus distintas ediciones. Telefé actuó con una lógica puramente cuantitativa, como suele hacerlo la televisión, extendiendo el programa, repitiéndolo, alargando y colonizando otros programas con el mismo producto. Pero como diría un marxista antiguo, lo cuantitativo se transforma en cualitativo. A veces, más es menos.

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