LA DOBLE VIDA DE WALTER Y AGENTES DEL DESTINO
Diferencias (primera entrega)

dos películas/Por: Javier Porta Fouz. Esta es una semana con varios estrenos dignos de comentarse. Empecemos hoy por dos que, vistos uno a continuación del otro, ofrecen zonas comparables. Sepan que Godard decía que (se) podía comparar cualquier película con otra, así que quizás estemos juntando la tercera película de Jodie Foster como directora  con la primera de George Nolfi meramente porque esta última empezaba cinco minutos después del fin de aquella, en una sala a pocos metros.

Foster volvió a la dirección dieciséis años después de Feriados en familia con una de esas historias rayanas con lo imposible para un arte de imágenes y sonidos y tendiente al realismo: un depresivo parece encontrar una cura al ponerse un castor títere en su mano, y así desdoblarse y convertir al castor en su alter ego (o, directamente, en su yo a secas). Esto, a priori, tiene mejor destino de cuento o novela que de película: ¿cómo hacer para que un señor al que vemos hablar con un acento extraño y mover un muñeco para relacionarse con el mundo no sea irremediablemente intolerable? Una decisión es elegir como protagonista a Mel Gibson, actor y director talentoso, desequilibrado, con pozos y euforias constantes en su filmografía (sí, La pasión de Cristo es deplorable, pero pocos otros directores en actividad podrían lograr esa proeza cinética que es Apocalipto). Otra decisión es naturalizar cinematográficamente la situación del castor. Así, Foster exhibe con velocidad y fluidez la historia de Walter (Gibson), y es veloz (a veces demasiado) para pasar del momento eufórico representado por el castor a la renovada caída y al esperable cierre. Sin embargo, hay otra historia en la película que compite con la de Walter: la del hijo adolescente, apenas el gastado derrotero de chico sensible que ya vimos muchas veces. En cada uno de sus segmentos adolescentes la película parece apagarse, detenerse: Foster nos escatima metraje de la historia de Walter y del magnetismo de Gibson (si dudan de Gibson como actor, páguenle al sobrevalorado Clooney para que intente darle vida a un castor de tela) y nos somete a una historia anodina planteada como paralela para que luego, obviamente, deje de serlo. En la falta de determinación por mantenerse con Walter la película obtiene esa doble vida del título local al precio de hacerse débil, inconsistente, chirle.

Agentes del destino, primera película como director del hasta ahora guionista George Nolfi, muestra a Matt Damon ir y venir, moverse intrépidamente por Nueva York, correr por puertas secretas y desafiar eso de “contra el destino nadie la talla”. Esta es otra película, como La doble vida de Walter, que sabe que los riesgos de coquetear con el ridículo (basada en un cuento de Philip K. Dick, la historia trata de que hay agentes, con sombrero y todo, que ajustan ciertos detalles para que la gente llegue al destino que alguien diseñó para ella) hay que evitarlos a puro convencimiento. Y si La doble vida de Walter parece querer compensar la decisión de contar una oscura historia extraordinaria con una más convencional, clara y lineal (y ahí se deshilacha); Agentes del destino abraza el mundo que elige contar y lo hace con convicción y consistencia, descansando en las espaldas del que probablemente sea uno de los mejores actores de la actualidad: Matt Damon, quien con una mínima caída de hombros puede cambiar el tono de su personaje (como ya lo había demostrado en Más allá de la vida) y que sabe que el gesto cinematográfico por excelencia es el de la contención. Al elegir no desviarse, al tensarse con electricidad narrativa y jamás apelar a pirotecnia alguna (esta es una película trabajada y no holgazaneada, no tiene falsos atajos), Agentes del destino puede permitirse no pocos apuntes de especial lucidez sobre la política, las burocracias y los desplazamientos por las ciudades. Suele ser así: las películas convencidas y orgullosas de su relato y de su mecánica ajustada son las que pueden tener digresiones que no son extravíos sino brillos suplementarios, como en las mejores novelas de Bioy Casares (las que vinieron después de Plan de evasión). Esos son algunos de los beneficios de la consistencia. Por último, mientras en la película de Jodie Foster la montaña rusa –que era una buena referencia comparativa de la vida de Walter mientras se mantenía en segundo plano– termina siéndonos enrostrada en ralenti y con voz en off, Agentes del destino pone en escena sin subrayado alguno sus múltiples sentidos, que se relacionan con los espacios y los ambientes y que aquí no explicitaremos uno por uno. Mantengamos los misterios de Agentes del destino, otra de esas buenas películas sólidas que, bajo una apariencia simple y límpida, piensan temas fundamentales (amor, destino, finitud, sueños, movimiento, vacío, pasión) mientras nos hacen mover, interesados y divertidos, por una gran ciudad.

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