JORGE CARNEVALE TIENE RAZÓN |
Películas para nadie |
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Sin embargo, esta última semana no me enojé por su nostalgia constante, su todo tiempo pasado fue mejor. Me encantó leer lo que escribió sobre el aluvión insoportable de cine nacional que se nos viene encima en estas semanas: “Este peligro (el de que la superposición de películas argentinas haga que se anulen mutuamente) no existe porque casi nadie se entera de que están en cartel. Una habla de la búsqueda de identidad en territorio misionero (La soledad, 648 espectadores) y la otra (La velocidad funda el olvido, 145 asistentes en su primer fin de semana) hace otro tanto pero más lejos en un pueblito de Galicia, entre incendios, madres perdidas y padres obsesivos. El niño de barro, más española que Argentina aunque se filmó en San Antonio de Areco (…) la vieron 5476 personas. Un peso, un dólar recorre en clave de comedia agridulce las consecuencias de la política menemista, con 295 plateas ocupadas…”
A pesar de que soy un convencido de que no todo es mensurable con números de “consumidores”, la sola enumeración de esas cifras habla de un problema enorme.
No está mal que el Estado ayude a filmar películas que difícilmente tengan reconocimiento masivo. Es más, está muy bien. Las películas masivas (que este año el cine argentino tampoco supo hacer) que se mantengan solas, que las grandes productoras se encarguen de eso y hagan su negocio arriesgando, como debería hacer cualquier empresario nacional. Y que el Estado fomente otras miradas, otras preguntas, otras respuestas, otras estéticas. Pero seamos serios. Una cosa es que el Estado ayude a la construcción de una filmografía de difícil acceso, de experiencias artísticas que amplíen el universo iconográfico nacional y otra muy distinta es filmar una película para que la vean 145 personas…¡Cómo sostener seriamente la viabilidad de una película a la que no fueron a ver ni los primos y las cuñadas de quienes participaron, y eso que primos y cuñadas siempre están dispuestos a darle una mano al artista de la familia!
Algo pasa en el divorcio entre producción y consumo, es evidente.
La revista Cinemanía de septiembre, en un pequeño recuadro dice: “Lo cierto es que el cine nacional, más allá de fallidas leyes que intentaron revitalizarlo, se encuentra en un momento poco alentador, en el primer semestre de este año se estrenaron treinta y ocho películas y se vendió tan solo el 4,4 por ciento de las entradas”. La extraña redacción de la nota no aclara de qué se trata ese 4,4. Pero supongo que será que del total de público que fue al cine, sólo el 4,4 fue a ver películas argentinas. Si es así, es un porcentaje bien menor que el habitual -y mundial- de entre 10 y 13 por ciento.
Todos quieren estrenar antes de octubre porque, Carnevale dixit, siempre hay miedo de que cambien los vientos por las próximas elecciones y mirá si no se cobra el subsidio que se da una vez que se asegure la exhibición en al menos una sala. Así la sala sea la impresentable Tita Merello, un lugar al que definitivamente no dan ganas de ir.
Los actores y directores siguen ofendiéndose si los críticos no aplauden enfervorizados cada genialidad que nos regalan. El Gobierno sigue autohomenajeándose por la cantidad de películas estrenadas, porque como cada gestión desde el retorno a la democracia está convencida que está fundando el cine argentino.
Jorge Carnevale, siempre enojado con los jóvenes que hacen películas que él no entiende, esta vez puso el ojo y la bala en el único lugar posible: el absurdo de una política cinematográfica que hace películas para nadie.
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