REVISAR EL PADRINO SIN REVISAR NADA/ 
Una película

El Padrino/Por: Javier Porta Fouz. Estos son párrafos escritos sin revisar ni lo escrito por otros ni lo escrito por mí sobre Coppola en otras ocasiones (como por ejemplo esto). Ni siquiera voy a revisar a Pauline Kael. De hecho, como módico homenaje a Kael, estas son impresiones personales veloces ante una película que, obviamente, hoy nos interpela –me interpela– de forma distinta a como lo hacía años atrás.

1. Ante todo, es placentero ver El padrino en el cine. Hay emociones que crecen, secuencias que se vuelven aún más inolvidables (la del restaurant, por ejemplo). Y dos días después de verla en el cine, las imágenes se siguen proyectando mentalmente con nitidez. Eso pasa con las grandes películas, las poderosas.

2. Este reestreno no es con copias en 35mm, como las que se exhibieron en Argentina un año antes de que yo naciera. Es con archivos digitales. Por momentos se ve bien, sobre todo en los planos cercanos. Pero en los planos generales urbanos de iluminación complicada, no, ahí la nitidez decae. No es una película nacida y filmada para ser proyectada en forma digital. De todos modos, es para celebrar poder ver esta película en pantalla grande, más allá de algunos defectos. Siempre será mucho mejor que el VHS en el que la vi por primera vez hace más de 20 años. Confieso, sin embargo, que el impacto más fuerte de la saga para mí será siempre el de la tercera, que vi, adolescente, en el cine Metro en la última función de un miércoles de 1991. El cine es también cuándo, cómo y dónde. Los ñoquis y el final de El padrino III: inolvidables. Y el muy famoso final de El padrino, la primera, con ese montaje alterno entre el bautismo y los asesinatos, con el énfasis en “¿renuncias al diablo?”: un poco obvio y enfático. Y demasiado influyente. Abrumadoramente influyente. Algunas influencias hasta llegan a gastar el original.

3. Veo muy difícil que alguien pueda defender hoy en día la actuación de Marlon Brando. Es cierto que con tantos epígonos es difícil no cargar la apreciación con decenas de parodias voluntarias e involuntarias posteriores. Pero lo de Brando probablemente ya fuera involuntariamente paródico en 1972. Su actuación carnavalesca, circense, comiquera, desentona: las performances del resto son en general sobrias, con picos en Duvall y en Pacino. Lo de Pacino es realmente impresionante, inmejorable: oscuro, medido, profundo en la mirada y sinuoso en el gesto. Perdón por la herejía, pero en algún momento, sufriendo a Brando, hasta pensé en que vendría bien un remplazo digital para Vito Corleone. O, al menos, limarle algunos gestos. Cuando al principio Brando acaricia un gato, la naturalidad del felino deja muy en evidencia la megalomanía incontrolable, y a fin de cuentas payasesca, del divo.

4. Musicalizar “antes de que pasen las cosas”, procedimiento sobre el que hablaba Walter Murch en un documental, sigue funcionando eficazmente, dándole austeridad, filo y modernidad a muchas secuencias (la del restaurant, por supuesto, y también la del hospital). Las secuencias “italianas”, que recordaba como inferiores a las “estadounidenses”, como una mera espera del personaje de Michael, son realmente muy concisas y fluidas. Y sin peligro de Brando.

5. Tiene algo de festivo, con cierto regusto dulzón, ver otra vez secuencias y diálogos que han sido encumbrados por el cine y los cinéfilos en las últimas cuatro décadas, y es una experiencia muy recomendable ver El padrino en el cine, tiene humor, tensión, diálogos y situaciones que permiten leer con claridad una interpretación de la historia de América (Estados Unidos de). No dejen pasar la oportunidad de verla, pero…

6. …sí, pero. Pero esta revisión me dice que por más influyente y popular, y por más intocable que sea para muchos, para mí ya no será una de esas películas que uno define como “la película” sino que será más bien “una película”. Una muy buena o incluso excelente, sí, seguro, pero no tan magistral como otra de la misma época, mucho más olvidada y también sobre gángsters: Dillinger (1973), la inoxidable opera prima de John Milius, protagonizada por Warren Oates y Ben Johnson, dos grandes mucho menos recordados y reconocidos que el histriónico Brando.

7. Ya sé, El padrino es menos una de gángsters que una sobre la familia, uno de los temas de Coppola. Y sí, los momentos familiares siguen siendo maravillosos, intensos, cohesivos. Salvo los de Brando, que no me convence de que Vito Corleone pueda ser padre o abuelo de seres humanos. Para cerrar, otra herejía: sobre la familia prefiero, entre la filmografía de Coppola, Jardines de piedra.

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