HAY QUE VER EL PRECIO DE LA CODICIA (MARGIN CALL)/ 
Finanzas que me hiciste mal

EL PRECIO DE LA CODICIA/Por: Javier Porta Fouz. Unidad de tiempo: dos días, una noche en vela crucial y una coda nocturna. Unidad de espacio: el edificio de una empresa y apenas breves lapsos en exteriores. Unidad de acción: sin desvíos, sin  historias secundarias, con fuente unificada de tensión. (Sí, el error del título de la nota es a propósito).

Una tragedia financiera. Asistimos al comienzo de la caída de un banco de inversiones, y en ese sentido Margin Call es algo así como “Titanic 2008: crisis financiera” pero sin grandilocuencia alguna. Margin Call es un naufragio trágico, sí, pero sin grandes desmoronamientos explícitos, visibles; una película con la sabiduría necesaria para que las acciones se inserten en una historia cíclica, es decir, en la historia de las crisis del capitalismo. Margin Call prueba que se puede lograr gran intensidad sin apelar a gritos y sorpresas argumentales. No hay revelaciones en la película, hay consecuencias lógicas, negociaciones que son imposiciones porque así es la lógica del dinero y los intereses. No hay villanos especialmente villanos, no hay héroes: hay gente que busca ser eficiente. Y esa eficiencia tiene muchas veces cara de hereje.

Esta es una película difícil de abordar si uno no quiere caer en la fórmula: “perfecto timing y grandes actuaciones de todos estos grandes nombres”. En cuanto a eso, sí: entre otros axiomas está Stanley Tucci, un ancla moral del cine. Y también hay una perfecta iluminación, verdadera en su ostensible falsedad al dejar en las sombras a diversos personajes y también al tirarles una luz que los endurece hasta lo poco beneficioso para la imagen (Demi Moore no juega a estar radiante). Margin Call no es fácil de escribir, de decir, de describir críticamente. Habrá que rodearla y más que de lo que es tal vez deberíamos hablar de aquello que no es. Muchas veces, las películas de grandes tiburones de las finanzas toman el modelo de gomina brillosa patentado por Oliver Stone y Michael Douglas y, sin quererlo, se convierten en films de reclutamiento. Miran demasiado frontalmente lo que consideran sin mucha reflexión como “el mal” y en ese desprecio no especialmente lúcido se esconde una embobada envidia. Margin Call va por otro lado, menos untuoso, menos graso.

Hay otra forma fascinada distinta a la receta de Stone y Douglas: la más aguda (sharp en inglés) que juega a mostrar a estos tiburones (sharks en inglés) con altas dosis de cancherismo, como si la película fuera una emanación de un rodaje a puro whisky consumido con A Tribute to Jack Johnson de Miles Davis a todo volumen. Tampoco es así de funky Margin Call. Es una película sobre el mundo del trabajo. En otra de sus decisiones inteligentes, el director y guionista (debutante) J.C. Chador no elige oponer el “mundo del trabajo” frente al “mundo de la especulación financiera”. Las finanzas también son un trabajo, y esta es una película sobre un grupo de trabajadores, algunos extraordinariamente bien pagados, que tratan de hacer lo mejor posible. Lo mejor posible, cada uno de ellos para cada uno de ellos.

Hay muchos diálogos buenísimos, de esos que directores más inseguros habrían destacado con reflectores y que aquí fluyen con el resto de las palabras. Destaco algunas: las arengas de Kevin Spacey y su significativa interacción. La reflexión final de Jeremy Irons y sus efectos en Spacey, la frase final de Paul Bettany sobre el puente de Tucci. Y hay numerosos detalles que funcionan como fondo, nunca como claves, típicos de una película que se mete en un mundo particular con deseos de describirlo antes que de juzgarlo velozmente: así, el ritmo nada estridente de Margin Call está marcado por el repiqueteo nervioso, sin euforia, de lapiceras caras.

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