HAY QUE VER TITANIC 3D/ |
Regreso con Gloria |
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Tiren el cinismo por la borda, volvió Titanic. Con los planos de los trabajadores, esclavos del carbón, amarillentos: como si la acción en la década del 10 del siglo XX fuera filmada como en Intolerancia de Griffith. Con el festejo (hawksiano) del trabajo profesional en grupo: por eso la mayor música triunfal de la película es cuando el equipo que busca tesoros hundidos en los restos del Titanic sube a bordo la caja fuerte. Con un horizonte fordiano: por la camaradería al ritmo celta de la música de la fiesta de la tercera clase, por las ideas de construcción de un país de emprendedores, por la mención de las manos irlandesas, por la mirada sobre la historia de Estados Unidos, el país sin pasado, el país plebeyo, y por la sabiduría de dar el justo valor a los relatos que fundan la mítica constructiva, identitaria. Qué es lo que se imprima sobre el Titanic es crucial: no será la leyenda basada en hechos reales de la llegada anticipada a Nueva York, será la tragedia, quizás motivada por jugar a ser Dios, a confiarse. Cameron no confía, Cameron hace: es conocido su perfeccionismo cascarrabias. El alter ego de Cameron en la película es Brock Lovett (Bill Paxton, de eterna fotogenia clásica); no los que conducen, diseñaron y planificaron el Titanic. Cameron no se identifica con los protagonistas de la historia del pasado. En el presente de la película es donde está la mirada de Cameron, que busca conocer y mitificar ese pasado, descubrir el relato, revelar sus pasiones fundamentales y contarlas de la mejor manera posible (y Cameron, con Titanic, corrió los límites de lo posible, con la narración del hundimiento como prueba en primera línea).
Tiren el cinismo por la borda, volvió Titanic. Ahora en 3D. Un 3D nada ostentoso, nada de “cosas que salen volando hacia la cara del espectador”. Así, el 3D de Titanic se usa mayormente para el placer de aumentar la sensación de profundidad de campo.
Tiren el cinismo por la borda, volvió Titanic y las emociones que provoca son altas, intensas, y al volver a verla la fascinación vuelve a operar. Como argumentaba Sergio Wolf en 1998 en un artículo en El Amante en el que citaba a Italo Calvino: “un clásico es aquel que se renueva con cada mirada”. Titanic se renueva, se actualiza este 2012, y a casi quince años de su estreno hasta ha mejorado: las objeciones más extendidas del momento del estreno (la de los personajes secundarios sin matices y la de los diálogos cursis) se revelan hoy como un exceso de celo, como ese contarle las costillas fanáticamente a una película porque es cara, o por la megalomanía de su director, o porque es masiva. La crítica en contra modélica, famosa, fue la de Kenneth Turan en Los Angeles Times, una de esas críticas-inventario preocupadas por mofarse del costo de la película y que recomendaba a Cameron que consiguiera a alguien que supiera escribir.
En 1998 voté a Titanic como el mejor estreno del año. Ayer, argumenté a favor de la película aquí. Pero siempre fue difícil convencer sobre Titanic, sobre todo a los aferrados al cinismo. Para terminar, una cita de Serge Daney que viene al caso, por un lado porque creo que se puede aplicar a la relación de muchos con la película de Cameron. Y por otro porque es una cita hermosa: “una cosa es aprender a ver películas de manera profesional –para verificar por otro lado que son ellas las que nos miran cada vez menos– y otra cosa es vivir con los films que nos vieron crecer y que nos miraron, rehenes precoces de nuestra biografía futura, atrapados en las redes de nuestra historia.”
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