SEMANA DE BASURA/ 
Dos películas buenísimas

Idiocracia y Traficantes/Por: Javier Porta Fouz. No vivo precisamente en la cuadra más limpia de la zona más limpia del barrio más limpio de Buenos Aires, que no es la ciudad más limpia del mundo. Estoy acostumbrado a una cantidad, diría constante, de basura como fondo de las veredas, de las esquinas, incluso colgada de las ramas de los árboles. Esta semana, como seguramente habrán notado, después de varios días sin recolección, las cosas pasaron de la habitual alfombra de basura con algunas bolsas rotas, a montañas y más montañas de desperdicios, con bolsas variopintas, muchas mal cerradas como habitualmente. Qué sé yo, reciclemos este modo de vida degradado en dos recomendaciones de películas con basura.

Una es La idiocracia (Idiocracy, 2006), de Mike Judge, que ya debo haber recomendado muchas veces, acá y en otros lados. Perdón por la insistencia, pero la considero una película fundamental, tremendamente reveladora: la acción principal transcurre en el año 2505, en una sociedad que no puede solucionar sus problemas más básicos. Entre otros, el amontonamiento sin fin de la basura. Basura que se acumula sin pausa, en buena medida porque todos los productos son ¡exxxxxxxxtra big! La sociedad del futuro que presenta la película es aterradora, y está llena de bestialidades arquitectónicas, urbanísticas, lingüísticas, artísticas, periodísticas y de muchos otros ámbitos. Con una estética clase B, velocidad y gracia para narrar con gran componente descriptivo, La idiocracia –cuya acción principal se desencadena por una gran avalancha de basura– es una de las comedias fundamentales de la última década. Y como película de ciencia ficción está probando ser cada vez más visionaria, aunque los tiempos para la idiotización parecen ser más rápidos que los previstos por Judge.

La otra película “con basura” es hoy en día un título casi olvidado, que no salió en cines en Argentina, fue en su momento directo a VHS y luego se editó en DVD (solía conseguirse muy barata). Se trata de Traficantes (Light Sleeper, 1992), de Paul Schrader, cuya acción se sitúa en una Nueva York fantasmal, llena de basura debido a una huelga. John LeTour (Willem Dafoe, en una de sus grandes actuaciones, engañosamente glacial al principio) es un exclusivo delivery de drogas. La ciudad, vacía y mortuoria, no parece estar conectada por espacios públicos, las calles se transitan como lugares de paso para llegar a departamentos lujosos o a clubes nocturnos aislados, retirados del mundo. La película mostraba, entre otros temas, una ciudad a la que le importaba muy poco qué pasaba en las calles (con torres de bolsas de residuos, aunque en este caso bolsas prolijas, bien cerradas) porque se había convertido en un espacio de gente aislada en sus hogares o en otro tipo de espacios privados. Entre otros temas, Schrader evidentemente apuntaba a exhibir los efectos urbanos de la muerte del cine, tan en boga a principios de los noventa. La primera entrega de drogas que le vemos hacer a John ocurre en un videoclub que tiene drop-off (autoservicio para la devolución). Schrader mostraba ese videoclub como un lugar desangelado, hasta sórdido. Los videoclubes habían suplantado a los cines. Y todo comenzaba a ser “delivery”, la pizza, las películas y las drogas. No había necesidad de salir a la calle, la basura era un problema menor, casi un decorado de un contacto con la calle cada vez más eventual. Al final, bueno, no les cuento ni les interpreto el final, pero les digo que Schrader pocas veces amalgamó tan bien el clasicismo americano con sus obsesiones religiosas y de redención. El final de Traficantes es realmente emocionante y perfecto. Y, como atractivo extra, Susan Sarandon está hermosa.

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