MIS MODELOS DE CONDUCTA DE JOHN WATERS/ |
Un libro brillante |
/Por: Javier Porta Fouz. Prefiero, por mucho, el helado de limón frente a cualquier otro. Me parece fundamental, estéticamente superior, perfecto, y podría comerlo todos los días. El helado de banana split o el de Tramontana, por el contrario, me parecen una grosería. Sin embargo, cada tanto, acometo una inmersión feliz en la grosería helada (con Tramontana, el otro gusto que me parece inexplicable). De la misma manera, podría ver con mucha frecuencia películas de Clint Eastwood y no con la misma frecuencia películas de John Waters. Sin embargo, en muchas ocasiones, la inmersión en el universo Waters me llena de felicidad. Como me ocurrió esta semana con este libro editado en Argentina por Caja negra. |
Podría contarles que John Waters es un verdadero autor de cine, uno de esos que no solo filma sino que también firma sus películas, que le pertenecen con innegable singularidad. Que tiene un mundo –con centro en Baltimore– una provocación y un humor que le son propios. Podría decirles que varias de sus películas iniciales me aburren soberanamente (incluida la mítica Pink Flamingos), que algunas me gustan mucho (Pecker, Adictos al sexo, Polyester), que de otras no me acuerdo nada (Serial Mom) y que otras las recuerdo en detalle (Hairspray, que la vi 10 veces o más; no confundir con la fea remake de Adam Shankman). Podría decirles esas cosas y otras, pero lo importante esta vez es que el libro Modelos de conducta es brillante: sí, brillante, de esos que provocan, divierten, y hacen ver las cosas de otra manera. O, mejor dicho, de otras maneras. Y podría seguir hablando sobre el libro, pero que el libro hable por sí solo con algunas citas que seleccioné.
Por ejemplo esta, que reflexiona sobre la muerte y el legado:
“Odio pensarlo: ¿qué pasará cuando Johnny Mathis y yo muramos? ¿Quién cuidará mis humildes pertenencias de mal gusto? ¿Deberá preocuparse Johnny por la explotación póstuma de sus clásicos? ¿Negarán el uso comercial de sus grandes éxitos quienes manejen su patrimonio, tal como lo hicieron los que manejan el de Johnny Cash cuando la gente de Preparation H trató de comprar los derechos de ‘Ring of Fire’ [‘Anillo de fuego’] para un comercial sobre hemorroides? ¿O explotarán sus derechos de edición de la misma manera que los herederos de Elvis cuando permitieron que el tema ‘Viva las Vegas’ fuese reinterpretado como ‘Viva Viagra’ para un comercial de televisión?”.
O esta, con la que no coincido en los gustos pero que es frontalmente iconoclasta (¡Alvin y las ardillas vs Los Beatles!) y pinta perfectamente a Waters:
“Quizás me guste tanto el Tennessee Williams ‘malo’ como el ‘bueno’. Naturalmente, sus clásicos más conocidos son importantes para mí, pero debo confesar que me atraen más que sus supuestos trabajos ‘de segunda categoría’. Lo lamento, también me gustan más Alvin y las ardillas que los Beatles, Jayne Mansfield más que Marilyn Monroe, y, para mí, Los tres chiflados son mucho más graciosos que Charles Chaplin.”
Hay un capítulo en el que Waters cuenta su amistad con la ex miembro del clan Manson Leslie Van Houten. En ese capítulo puede verse que Waters hoy, maduro, reconoce que faltó el respeto a los familiares de las víctimas y que fue frívolo con irreverentes dedicatorias a miembros del clan Manson en sus primeras películas, y pueden leerse cosas como estas declaraciones de Van Houten: “Soy parte de lo que hizo [a Manson] un líder. Si él no tuviese seguidores no sería un líder” o “Un seguidor es tan responsable [como un líder] por permitir al líder que lo lidere vilmente”.
O esta otra, ideal para terminar, una hermosa declaración de verdadera militancia por parte de Waters: “como amo las minorías y Provincetown es un pueblo de pescadores gays, paso el tiempo en los dos bares hétero”.
Y al llegar a este punto, les revelo –por si no se habían dado cuenta– que el paralelo entre cineastas y gustos de helado es una soberana pavada. Que no hay oposición entre Eastwood y Waters –de paso, es bueno saber que han salido de copas juntos– y que todos los artistas que han hecho pocas o muchas obras geniales son, evidentemente, helado de limón y nunca de banana split.
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