libro de oro del helado argentino

Por: Javier Porta Fouz. Por un lado, como dice aquí arriba,esta es mi columna número 200 en Hipercrítico. Casi todas, un 95% o incluso más, fueron sobre cine. Esta columna no es un balance, ni de las 200 columnas ni del año de cine (empiezo con eso la semana que viene). Es una nota sobre otra de mis pasiones: los helados. Voy a mencionar una película pero, quedan advertidos, hoy escribo sobre helados.

¿Por qué helados? En parte porque soy coautor de este libro, que salió hace dos años. Desde entonces, me han llamado de muchas radios y de algunos programas de televisión para hablar sobre el asunto. Y esta semana me invitaron a un evento de “cata de helados” que una heladería hacía en un restaurant de Villa Crespo. La heladería: Jauja. El restaurant: I Latina. El que me invitó: Osvaldo Bazán. En primer lugar, agradezco a las tres partes. Pensé que se trataba de probar helados de forma relajada, pero llegué y vi una planilla con puntajes. ¡Era una competencia! Había que adivinar los gustos que nos daban. Eran catorce: siete se probaban pudiendo ver el vasito con el helado y siete se probaban “a ciegas”, con una venda en los ojos.

Como soy crítico, paso a evaluar el concurso en algunos aspectos. En primer lugar, la calidad de los helados era muy buena. No es ninguna novedad, Jauja es una de las mejores heladerías del momento, al menos de las que conozco (ya lo había consignado en el libro), trabaja con buenas materias primas y además con talento. Y con muchos frutos patagónicos (de la Patagonia procede la heladería), lo que le otorga una variedad distintiva. Además, gracias a eso, Jauja ofrece mucho mayor variedad de gustos de fruta al agua que la mayoría de las heladerías. Las objeciones que desde mi gusto siempre le hago a Jauja son: tiene demasiados gustos con muchos componentes, tal cosa con otra cosa y con otra cosa, como si no confiaran en su gran calidad y necesitaran de efectos especiales. La otra objeción está relacionada, y es que a esos gustos suelen ponerles nombres que a veces me da hasta vergüenza pedir: anarangibre, merengueche, chocolate profundo. Soy conservador para los nombres de los helados: mejor mousse de ananá y naranja con jengibre, dulce de leche con merengue, chocolate amargo. Dicho esto, pasemos a los gustos que había que probar: había once a la crema y solo tres al agua. ¡Solo tres al agua! Soy un gran defensor de los helados de fruta al agua, esos sobre los que mucha gente dice: “para tomar eso no tomo helado” mientras piden supersambayón y chocolate lleno de cosas. Mi proporción: dos gustos al agua, uno de crema. En esta prueba de helados, además, los gustos al agua fueron el primero, el tercero y el octavo, lo que dejaba una gran cantidad de gustos a la crema todos seguidos. A mí me agota mucho esa seguidilla (me agota el paladar, me agota el cerebro). Y para más agotamiento, de los catorce gustos cinco eran variantes de helados de chocolate. Demasiado. Celebro, eso sí, por la inclusión de un helado de canela (una crema que no sea ni dulce de leche ni chocolate ni una fruta a la crema). Pero para la próxima cata de helados, por favor, pido alguno que sea de limón. Si en catorce gustos de helado no hay limón, se ningunea a una de las estrellas clásicas de la heladería.

En otro orden de cosas, ganó el concurso una chica australiana, que hacía un par de semanas que estaba en Buenos Aires tomando helado todos los días (a veces más de uno). Acertó diez de catorce. Yo acerté nueve. Y no hice diez por no confiar en lo que tenía anotado y cambiarlo –tontamente y a último momento– por uno de esos nombres de fantasía que usan en Jauja. No seguí mis instintos, no confié en mi paladar. Traicioné, en el momento del penal, el primer impulso que me decía donde debía apuntar. No tomé en cuenta las enseñanzas del final de Palombella rossa e hice igual que Michele Apicella. Este fue mi primer concurso. Ya sé que si vienen más es conveniente una actitud más Eastwood-Costner y no tantas dudas y neurosis Moretti-Allen.