PRECIO DE LA ENTRADA ALEJA DE LAS SALAS A LOS JÓVENES
Cine como factor de exclusión

PlataCine vacíoPor: Gustavo Noriega. Este fin de semana fui al cine, no como crítico sino como mero espectador. Nunca diferencio una cosa de la otra pero lo cierto es que el sábado me fui al Village Caballito con mi mejor predisposición, mi mejor amiga (que es mi esposa) y mi mejor sonrisa a disfrutar de la vieja y querida diversión. No tenía que escribir sobre la película ni hablar de ella en la radio, nada profesional, pure entertainment. Elegimos Carretera al infierno de la que nos habían hablado bien: una película de terror, de autostopistas sádicos, bien “cabeza”. Nuestro único temor era que la sala estuviera llena de adolescentes ruidosos, que destruyeran con su polución sonora y táctil (los resto de pochoclo son complicados al tacto) nuestra planeada diversión. Un sábado a las 20 hs, una película que prometía despanzurramientos varios, un cine excelente en un barrio, todo indicaba que íbamos a aumentar ostensiblemente el promedio de edad.

El plan salió mejor de lo pensado pero las buenas noticias de corto plazo pueden ser malas a largo plazo. La película devolvió con diversión descerebrada el precio de la entrada (bueno, fui gratis, pero suponiendo). Sin embargo, la sala estaba casi vacía. Ninguno de los presentes era adolescente. Todos se la pasaron bomba. El sonido era impactante, la imagen perfecta y las butacas deliciosamente reclinables. ¿Por qué no estaba llena la sala?

La respuesta es muy sencilla. El precio de la entrada es prohibitivo para un adolescente. Si la película no le “suena”, es decir, no tuvo un aparato de marketing poderoso detrás, es imposible que un muchacho se gaste 20 pesos (ticket y transporte) en una salida. El precio de las entradas está destruyendo la posibilidad de nuevas generaciones de cinéfilos, de que el cine participe de su formación cultural. Y no estoy hablando de que vayan a ver películas artie, de vanguardia. Simplemente una buena película de suspenso y terror.

En realidad el precio de las entradas está gestando una generación cinéfila que se nutre de películas truchas en el parque, que no le importa la calidad de sonido ni la fidelidad de la imagen, que va a las salas solo 3 ó 4 veces por año, a ver las que todos ven.

Quiero, para terminar, citar una excelente nota parecida en la revista El Amante de diciembre, firmada por Agustín Campero. La nota se titula”Hacer crítica de cine es también hacer política” y uno de sus párrafos dice:

“El cine es importante, amplía horizontes, hace más intensa la vida; y sin embargo poco se hace para que esa experiencia sea plural, democrática y masificada. La experiencia cinematográfica es cada vez más homogénea y acotada. Además, y sobre todo, el cine es parte de la sociedad excluyente. Con el precio de las entradas, al cine van los que tienen plata. Bien podríamos partir a la sociedad argentina en dos: los que pueden ir al cine y los que no. El mayor problema es la naturalización de esta desigualdad. No sólo por cometer el error de considerar que esta desigualdad existió siempre, sino también porque los sectores populares ya ni piensan en la posibilidad de ir al cine, es algo que no figura como parte de su destino”

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