20000 BESOS

Por Javier Porta Fouz. 20.000 besos, dirigida por Sebastián De Caro y con guión de Sebastián Rotstein (argumento de ambos), no es una película excelente. ¿Pero, se necesitan con urgencia películas excelentes en el cine argentino? Bueno, sí, ojalá Bielinsky siguiera vivo. Pero 20.000 besos viene a ayudarnos en otras urgencias. Es otra cosa, de un interés distinto: es una película importante, por diversos motivos, aún con sus problemas o cortedades, que acá dejaré de lado para concentrarme en ciertos rasgos de especial relevancia.

 

1. Los actores. No hay actores haciendo su show. Bueno, tal vez un poco Eduardo Blanco y Gastón Pauls, pero son los personajes del borde, los extremos, que tienen que tener intensidad extra. El protagonista, Walter Cornás, un histórico del grupo FARSA, posee una precisión y una sobriedad que la comedia argentina debería aprovechar con mayor frecuencia. Es un actor de cine, definitivamente. Su personaje, Juan, no necesita apoyarse en gestos que funcionen como grandes hitos. Juan es porque Walter Cornás lo hace ser sin dotarlo de peso extra. Se impone como protagonista por la lógica del relato, por cómo se establece el punto de vista. El actor no tironea al personaje, no lo agita para hacerlo notar, toda una rareza para el cine local. “La chica” (aunque no es una película de chico-chica) es Carla Quevedo, cuyo debut en el cine fue como muerta en El secreto de sus ojos. Bueno, si el argentino fuera un cine realmente industrial ya debería haber muchos directores tratando de contratarla: la fotogenia de ese rostro merece más películas con suma urgencia. Lo de Alan Sabbagh no es sorpresa después de Masterplan: si se hiciera Seinfeld o algo parecido acá, debería estar. 20.000 besos es una película con muchos actores y actrices que no parece saturada de ellos.

2. La comparación. El antecedente más inmediato del cine argentino en “película de grupo de amigos” es la flojísima Días de vinilo del año pasado. Pero 20.000 besos es otra cosa: no intenta hacer una comedia “como las de allá, acá” sin entender el cine de allá. 20.000 besos huye de los grandes núcleos argumentales, de las grandes disyuntivas, de los conflictos forzados y de las resoluciones con moño. Y, sobre todo, huye de las sorpresas rutilantes y las revelaciones. Los líos del amor se dan en pequeños movimientos. Pueden ser muy significativos pero no hay necesidad de enfatizarlos, de dar volantazos. 20.000 besos es una rareza: es una comedia romántica y de amistad que no apuesta por el crescendo emocional dentro del formato ¿qué pasará? Lo que pasa es todo importante, nada es señalado con bombos y platillos como crucial. Las conversaciones sobre temas irrelevantes engañan: son tan relevantes como las encrucijadas amorosas. Conocerse es relevante. Jugar es relevante. 20.000 besos conoce al cine de allá y no solamente por hablar de Rocky, La guerra de las galaxias o Volver al futuro. No los tiene como cotillón sino como parte de la vida de los personajes, seguramente también del director y el guionista.

3. El grupo de amigos no es falso y nunca abusa del maquillaje “argento”. No se habla como Pucho, el asistente de Neurus. No se habla con tics de Capusotto mal digerido. No se habla como en las fantasías del rock chabón. No se habla desde el vestuario de la cancha de fútbol. Al negar esos caminos y otros igualmente temibles, 20.000 besos encuentra una identidad, algo genuino e inusual para el cine argentino que se aproxima a la comedia romántica, o a las comedias del grupo de amigos, o a los líos del amor. El amor está siempre en fuga y es un signo de sabiduría no cerrarlo desde un cine que no ha practicado demasiado el tema en su producción reciente. 20.000 besos hace de esa carencia de tradición, de la conciencia de esa carencia, una plataforma desde donde generar una película placentera.