progresismo el octavo pasajero

Por Javier Porta Fouz. Terminé de leer el libro de mi amigo Gustavo Noriega y Guillermo (Huili) Raffo. De Noriega heredé esta columna y lo conozco desde hace 15 años, más detalles acá. A Raffo lo vi personalmente una vez, aunque interactúo bastante por Twitter. Es decir, sin más vueltas, este comentario no es distanciado. Sí, el libro me gustó mucho. Y además me pareció divertidísimo, por momentos divertido como puede serlo una película de terror. Noriega y Raffo se dedican a examinar el desastre argentino actual (hay que tener muchos deseos de ceguera para no verlo) desde el ángulo de cuánto aportó a ese desastre el discurso “progresista”. No voy a contar más del libro porque: 1. detesto contar argumentos o de qué tratan películas (y libros y lo que sea). 2. lo pueden leer. 3. quiero comentarles otra cosa, más lateral pero que creo que puede servir para ilustrar algunos ángulos del libro.

 

Algunas de las bestialidades y estupideces más destacadas que se citan en Progresismo corresponden a un libro que les presté a los autores: Para leer a Mafalda, de Pablo José Hernández, editado en los setenta (1975), durante el gobierno de Isabel Perón (o quizás estaba de presidente Ítalo Luder en el momento de la licencia por razones de salud de la señora). Ese librito nefasto, ridículamente estúpido en el que se dice cualquier cosa sobre la tira Mafalda y sus personajes lo compré en una librería de usados cuando cursaba la Carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA durante la primera mitad de los noventa. En ese momento, muchos profesores que provenían de “los setenta” adoraban y doraban esos años. Y en varias materias se hablaba de o se leían partes de Para leer al Pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, libro clásico de esos que “fue escrito en un momento de lucha social en Chile y dentro de una revolución que intentó cambiar todo. Se escribió en diez días, en el calor de la lucha por la supervivencia…” Etcétera, etcétera, cita que está en Progresismo, el octavo pasajero, con la que Dorfman intentaba justificar años después porqué el libro había sido tan grotesco en sus interpretaciones. Bueno, Para leer al Pato Donald es interpretación fina al lado de Para leer a Mafalda (un breve ejemplo: “Por si no hubiéramos aportado suficientes pruebas del falso progresismo de Libertad, ella misma nos acerca un dato por demás llamativo ‘¿Nunca te hablé de la casa de mi abuela en el campo?’ El detalle que faltaba: los abuelos de la niña libertaria pertenecen a la oligarquía terrateniente.”)

En fin, que alguna vez llevé el librito de Para leer a Mafalda a alguna clase de la carrera, para que algunos profesores lo vieran. Invariablemente lo curioseaban, leían algunas de las bestialidades allí escritas y decían algo así, con cara de justificar de forma resignada pero sin ganas de revisar nada: “y, bueno, era el clima de época, se escribían muchas cosas por el estilo”. El clima de época -generado por los mismos que justifican cualquier cosa por el clima de época- también justificaría los artículos de Sandra Russo o Eduardo Anguita sobre Batman y la masacre de Aurora (citados y discutidos en Progresismo). O el aterrador discurso de Cristina Fernandez sobre la pasión en el fútbol (citado y analizado en el libro). Clima de época: la justificación veloz de cualquier cosa por “bancar” los difusos mandatos de “los buenos”. ¿No me explico bien? Bueno, lean Progresismo, el octavo pasajero, ahí Noriega y Raffo ven el asunto desde diferentes ángulos, con conceptos filosóficos, anécdotas personales y entrevistas realmente incisivas, que no temen discutir en serio con el entrevistado.

PD: Confieso que casi revoleo el libro cuando Gargarella dice “en Cuba se puede hablar y la cultura es asombrosa”. Yo estuve en Cuba.