hechizo del tiempo

Por Javier Porta Fouz. Sí, claro, son mayormente días de cine si uno es crítico y programador. Es lo habitual. Pero hay días que son más de cine que otros. Por ejemplo, esos que vienen antes y después de reencontrarse -en una sala- con una favorita, o simplemente con la favorita, la fundamental, la crucial. Porque Hechizo del tiempo, Groundhog Day, Día de la marmota -o Atrapado en el tiempo, como se conoció en España- es eso para mí. La película que me fascinó la primera vez que la vi en el cine, en el Premier de la calle -en realidad Avenida- Corrientes en 1993. La que voté ese año como el mejor estreno de la temporada, y la que volví a ver infinidad de veces en VHS, DVD y Blu-Ray. La que no había vuelto a ver en cine hasta este sábado 25 de abril de 2015, 22 años después. La que quizás haya definido del todo que yo me quería dedicar a esto de ver películas y escribir sobre ellas (y sobre otras cosas), y señalarlas y destacarlas para que sean vistas o conocidas por más personas.

 

Hice una breve presentación de la película en esa función del día de cierre del Bafici en la sala 6 del Village Recoleta. Y pregunté a los presentes, que eran muchos, quiénes -como yo- habían visto la película en el cine en 1993. Resultó que éramos tres. Y que nos conocíamos entre nosotros. También pregunté quiénes no habían visto nunca la película. ¡Y era más o menos la mitad de la sala! Mucha gente no había visto la extraordinaria película de Harold Ramis o, para ser menos injustos, la película del director Harold Ramis, del guionista Danny Rubin, de la edición de Pembroke J. Herring, de la fotografía de John Bailey, de la música de George Fenton, de las actuaciones de Bill Murray y Andie MacDowell y la colaboración de todos los que hayan estado involucrados. Una película de ensamble perfecto, una de esas películas no sólo con gracia sino además tocadas por la gracia.

Como dije, vi una cantidad obscena de veces la película, y entre otros aspectos conozco los diálogos realmente de memoria. Sin embargo, sólo la había visto en cine una vez, en la última función del miércoles de la segunda y última semana que la película estuvo en cartel en Buenos Aires. Y verla en cine no es lo mismo que todas esas otras veces en otras pantallas. Me podrían decir que “bueno, es una comedia, no cambia mucho”. En fin, si me están por decir eso mejor no me lo digan. Si la película no cambia al ser vista en una buena pantalla de cine, con buena proyección, con buen sonido… quizás no sea del todo una película. Sí, cada vez más vemos películas en pantallas que no son las de cine. Es verlas distinto, por supuesto, y hay muchas variantes dentro de lo “fuera del cine”, y ese es un tema para tratar con frecuencia.

Volver a ver Hechizo del tiempo en cine fue confirmar todas las excelencias que ya sabía desde que la vi por primera vez y las que fui aprendiendo y descubriendo con cada revisión en pantallas distintas. En una de esas revisiones entendí la mirada de Phil (Bill Murray) hacia Rita (Andie MacDowell). La primera mirada, la de los primeros minutos, incluso antes de los títulos. La mirada enamorada desde el primer momento. La que establece el conflicto principal, el objetivo fundamental de la película. Enamorar a la mujer de la que uno ya está enamorado, incluso aunque todavía no lo sepa. Pero Phil sabe, aunque lo encubre y lo niega a puro cinismo sin programa al principio, y luego con espíritu de diversión y distracción. Cuando no puede conquistar a Rita -que no es lo mismo que enamorar- entra en desesperación. Hasta que entienda que enamorar puede ser un trabajo de días, de meses, de años. La película estira el tiempo del héroe para que este pueda ser digno. El héroe tiene tiempo de perfeccionarse, de conocerse y de conocer el mundo al que está limitado por el tiempo, el tiempo doble: el tiempo de 24 horas a repetición y el tiempo de la tormenta de nieve que le impide salir. Atrapado en el tiempo y también en el espacio. Pero no atrapado en sí mismo, porque a pesar de que es el único que se levanta ese dos de febrero con conciencia de ya haberlo vivido, Phil exprime sus posibilidades, su conocimiento, hasta convertirse en un ser de una tremenda fortaleza, alguien que es fuerte porque sabe mucho más, cada vez más, alguien que puede cumplir con lo que cantaban los Faces en “Ooh La La” en Rushmore de Wes Anderson, otra película con Bill Murray: “me gustaría haber sabido lo que sé hoy cuando era más joven”. Phil Connors puede incrementar su conocimiento sin envejecer, puede experimentar y vivir sin envejecer. Una película verdaderamente utópica.
En esta revisión en el cine Groundhog Day me deslumbró un poco más. Profundicé en los detalles, en las miradas, en los diálogos, incluso en los monólogos de la historia de amor, que también fueron pensados y sobre todo puestos en escena, o puestos en cine -qué tanto- con una eficacia superior, con esa excelencia que no se siente forzada, que no osa exhibir su condición, con esa rara combinación de modestia y genio, de resplandor, de fulgor, de máxima iluminación. Podría entrar en descripciones de diálogos, de miradas, de cortes y encuadres, pero van a pensar que soy un fanático. Y creanme que no se trata de fanatismo sino de una nueva confirmación de que esta, como pocas otras, es la mejor película.