ant man

Por Javier Porta Fouz. Sé que las películas dobladas me gustan menos que las que veo y escucho en versión original y que los problemas son mucho más graves con las dobladas no animadas. Pero ver Ant-Man primero en versión subtitulada y luego en versión doblada es una experiencia que agrega nuevas capas al asunto.

 

Vi Ant-Man en versión subtitulada en la privada de prensa. Vi la versión doblada en una función comercial llena de gente. Estaba ahí, en la función doblada, porque me gusta ir al cine con mi hija, que todavía no lee con la velocidad necesaria para los subtítulos. Había más gente adulta con hijos, pero lo sorprendente era la cantidad de público adulto que no acompañaba a nadie menor de 10 años, ni de 15. Había, de hecho, muchos adultos en salida de pareja sin niños, que habían ido a ver una película doblada no animada que también estaba disponible en versión subtitulada. Qué extraño es el mundo. Comienza la película. Termina la película. Es extraordinaria Ant-Man (http://www.lanacion.com.ar/1810689-ant-man-el-hombre-hormiga), y no queda completamente arruinada a pesar del doblaje, pero sí disminuida. El doblaje es un mal necesario para una franja de la población, pero ha sido adoptado por mucha más gente por motivos que puedo suponer pero que no viene al caso pensar y escribir ahora. Cada vez más gente que puede leer, o que podía leer y dejó de hacerlo, ve cada vez más películas dobladas sin mayor problema. Y esto viene creciendo desde hace años, y no parece que vaya a detenerse.

Ant-Man doblada es, claro, mucho menos extraordinaria que en su versión original. En primer lugar, lo que sucede con todas las películas de live action dobladas: la voz de los actores ha muerto en la versión doblada, o ha quedado sepultada por la de otro actor (o doblador, o “artista del doblaje”, como gusten). Una situación de por sí frankensteiniana: los labios se mueven hablando otra lengua, otras sílabas, otras extensiones de frases, con una voz que no es la de la persona, un idioma impuesto. Un atentado a la idea del cine como arte ontológicamente realista. Y un ataque doloroso al arte de la comedia. La comedia suele depender en buena medida de los diálogos, de las inflexiones del habla, de la respiración al responder, del manejo de la pausa y de la continuidad en el intercambio verbal y de los juegos de la lengua. Si cambiaste de idioma, cambiaste las reglas de todo eso. Para decirlo brutalmente: al cambiar el idioma muere una cantidad tremenda de chistes, que no salen de los actores metidos en sus personajes porque han sido doblegados, usurpados, enmudecidos y hablados por otros. Toda película doblada es una película de Body Snatchers.

La cantidad y la frecuencia de las risas en la sala de la función doblada eran mucho menores que las de la función subtitulada. Claro, públicos distintos. Pero también es claro que el doblaje mata, o al menos hiere, a la comedia. Ant-Man, antes una comedia que una película de acción y superhéroes, cambia sus componentes genéricos al estar sometida al doblaje. La película, ya lo sabíamos, no sigue siendo la misma. Los actores perdieron la voz, los chistes perdieron casi todas sus posibilidades. De hecho, la comicidad del personaje de Kurt, interpretado por David Dastmalchian, se basa en que habla un inglés lacónico con fuerte acento extranjero. Los “artistas del doblaje” consideraron innecesario mantener esos detalles. En Ant-Man, además, se genera otro daño de grandes proporciones a dos muy destacables secuencias cómicas basadas en el mismo recurso: Luis, el personaje interpretado por Michael Peña, relata -con múltiples digresiones- lo que un personaje le dijo a otro y este a otro y este último a otro más y así sucesivamente. Esos personajes de los que Luis reproduce diálogos son mostrados “hablados” por Luis, es decir, doblados con la voz de Peña. Las dos secuencias son muy cómicas y pierden toda gracia mediante el doblaje. En la versión original se trata de segmentos cómicos que pueden interpretarse incluso como chistes sobre lo monstruoso del doblaje, porque -claro- la voz de Peña no corresponde a la de los otros personajes que se nos muestran. Todos, grandotes y flacos, mexicanos y chinas, rubias y morochos, mujeres y hombres, pelados y peludos, con voces que imaginamos chillonas o graves, hablan con la voz de Peña, con su timbre, con sus maneras, con su individualidad sonora. Una puesta en abismo del absurdo del doblaje que al doblarse la voz que hace todas las voces como chiste se pulveriza, se achata, se achota. Sí, ya sé que dicen que afirman que aseguran que más allá otro dijo que para los doblajes se intenta que la voz del doblador se parezca lo más posible a la del doblado. En fin, contame otro chiste que ese no me hace gracia. Porque escucho a Paul Rudd, a Michael Douglas, a Evangeline Lilly desde antes de Ant-Man. Y tengo memoria de sus voces. Y después los escucho intervenidos por los esforzados dobladores y lo único que quiero es que las voces originales sean recuperadas. Y también me propongo un plan intensivo de entrenamiento de lectura de subtítulos para mi hija, y sueño con que haya uno en los colegios de todo el mundo. Sepan, chicos, que cuando dejen de ver películas dobladas les va a gustar mucho más el cine -un arte que no puede resignar las voces de los actores- porque van a verlo y escucharlo realmente, como hacen con las películas cuyo idioma original es el castellano. A los adultos que gustan de ver películas dobladas y afirman que al no tener que leer subtítulos “ven mejor la acción y las imágenes” les digo que ya no sé qué decirles. Acá doblo. Chau.