Por Javier Porta Fouz. ¿En qué momento una película capta nuestra atención? No, no es atención la palabra indicada. Atención le ponemos a muchas películas que no nos interesan. Hay, evidentemente, una manera profesional de prestar atención. Y hay películas que, cuando nos devuelven la atención prestada, nos la devuelven degradada, agotada, sin reservas. Películas que nos cansan, nos demuelen pero no por potencia emotiva. Pero no es de eso de lo que estaba hablando. ¿En qué momento una película capta nuestro interés? ¿Es eso, el interés, a lo que me refiero? Tampoco. ¿En qué momento una película capta nuestra atención más nuestro interés y por diversos caminos nos hace confiar en ella? Confianza, como decía -como cantaba- Billy Joel, es una cuestión de confianza. Y la confianza está en los detalles. La confianza descansa en los detalles. Y nosotros a veces nos relajamos, podemos descansar a partir de algún detalle convincente. O más que convincente: ese detalle que ilumina, ese detalle que funciona, que insufla vida. Esos detalles bisagra, que cambian nuestra relación con la película, que perfilan nuestra mirada.
En un año de estrenos como este 2015, mucho mejor, más rico y más amplio que 2014 -incluso aunque no se agregue absolutamente nada bueno en diciembre-, hubo muchas películas que me hicieron confiar en ellas, con esos instantes iluminados que nos reafirman que atenderlas es lo que realmente queremos estar haciendo. En varias ocasiones fueron diálogos: “would it help?” (“¿serviría de algo?) de Puente de espías, casi cada interacción entre Paul Rudd y Michael Douglas en Ant-Man o, en esa misma película, los “doblajes” de Michael Peña. Y, hablando de interacciones, también todas las de Delfina (Natacha Méndez) y la mucama en Placer y martirio de José Campusano.
En otras películas lo fundamental fue una decisión de montaje, como la de construir a Mark Watney (Matt Damon) flaco sin haber hecho adelgazar al actor en Misión rescate. Igualmente esa película ya me tenía con confianza plena desde hacía mucho antes, pero ese montaje es de los que confirman que uno invirtió bien su atención, que hizo bien en confiar. Por supuesto, en películas revestidas de gracia como esta, los momentos son muchos: cada intervención de Jeff Daniels, de Kristen Wiig, de Mackenzie Davies y otros en el reparto. Son películas que se juegan desde el principio, que exhiben su poderío de entrada, convencidas y convincentes, como supo hacerlo también Whiplash, una de esas que dividió mucho más a la crítica que al público. Al público que la vio, obviamente, pero la aclaración es para destacar que está lejos de ser el masivo.
Hubo dos películas que ofrecieron sus bisagras al final, de modo tal que fueron reveladoras de modo retroactivo. Fueron momentos de confirmación, de decirnos que sí, que lo que parecía así de bueno era así de superior. Son las películas de Christian Petzold y Clint Eastwood. Ave Fénix (Phoenix) y Francotirador (American Sniper). Una, la alemana, desde la construcción detallada de un final que revela, sugiere, unifica saberes y cierra con un impacto relacionado con la historia que se nos cuenta, pero que siempre tuvo como marco ominoso la historia de Alemania durante y después de la Segunda Guerra Mundial. La americana cierra de tal forma que la construcción narrativa tersa del gran maestro desemboca en imágenes de menor definición y de tremendo impacto. La irrupción final de la realidad. En esas diversas maneras de hacer entrar el mundo por parte de estos dos cineastas está, también, el estilo, que emerge con claridad en las bisagras pero que es constantemente ineludible e irrenunciable.