LA PELÍCULA "CAFÉ DE LOS MAESTROS" SEGÚN NORIEGA |
No basta con adherir al tango |
Por: Gustavo Noriega. Hay películas que entusiasman por el tema que tratan, más que por lo que son en sí mismas. Es un clásico de la crítica complaciente elogiar un film porque trata de “valores humanos” o alguna fórmula parecida. Se suele decir de esas películas que son “necesarias”. Por supuesto esto no tiene el menor sentido. Necesario es respirar. Las películas son películas y están bien o mal hechas, entretienen, aburren, son interesantes o nos dejan indiferentes. No se justifican por el tema que tratan sino por cómo lo tratan. Uno podría pensar en realidad en la fórmula opuesta: que para los “grandes temas” lo que es necesario es que se hagan “grandes películas”, es decir, que la realización esté a altura de los acontecimientos. |
Esto viene a cuento de la crítica aparecida en Página 12 de Café de los maestros, la película sobre músicos de tango que, como es de excesiva fama, produjo Gustavo Santaolalla. La escribe Juan Pablo Cinelli, califica a la película con un “9” (algo rarísimo en ese diario) y desborda en elogios. Lo curioso es que los elogios no son a la película… sino al tango. Uno podría decir que en realidad Cinelli le puso 9 al tango.
Leamos este párrafo:
“No hace falta ser ni conocedor ni fanático del tango para disfrutar de este Café de los maestros porque, más allá del género, de lo que se habla acá es de la pasión de un pueblo, de la nostalgia por un pasado que siempre será mejor, del berretín de la memoria individual y colectiva, llenando el presente de sangre nueva. Basta con escuchar a esos viejos diciendo una y otra vez que el tango es su vida, nada menos, que no hay forma de separar una cosa de otra. Y alcanzan un par de acordes para caer rendidos ante la evidencia: el tango es la vida de todos, de cada uno de los que dan vueltas por esas calles de esquinas mugrientas que el director Miguel Kohan utiliza para ilustrar con elocuencia los fragmentos musicales que los protagonistas van enhebrando, en un rosario de certeras postales del tango y de la ciudad que lo parió.”
Lo más sorprendente de este párrafo asombroso es la mención a la “sangre nueva” en relación con esta película.
Nuestra compañera, Adriana Amado Suárez, por su parte, en este mismo site, se muestra igualmente rara, como encendida:
“Las astillas de Buenos Aires que se incrustaban entre relato y relato, rompen la infinita ternura de las voces que sin contar nada en especial construyen la gran historia. No hablan de ellos sino del tango. El conjunto es como el tango, duro, sincopado, abrumado, pero también humanísimo y desesperado.”
Es inevitable que una película dedicada a los maestros del tango impregne de su calidad a la película y emocione a los cultores del dos por cuatro. Sin embargo, un análisis de Café de los maestros debe dar cuenta de su estructura, de la profundidad con que se mira a los personajes, con las decisiones estéticas asociadas a la música. No basta con adherir al tango: se podrían haber hecho mil diferentes con el mismo evento.
Esta película en particular es derivativa de una serie de acontecimientos. Primero fue la grabación de un disco doble. Luego, la presentación del disco en el Teatro Colón. Lo que es bueno para un disco doble, una gran cantidad de intérpretes, no es necesariamente bueno para una película, que debe sobrevolar sobre cada uno de ellos muy superficialmente. Saltamos de uno en otro, caóticamente. Apenas nos encariñamos con uno, saltamos a otro, que no es tan simpático.
La presencia de Santaolalla, viajando a Buenos Aires, “copado” escuchando a los músicos, besuqueándose con ellos, no tiene ningún tipo de justificativo. Llama la atención que en el afiche de la película no figura ninguno de los nombres de los tangueros pero sí, en tamaño muy grande, el de los productores (Gustavo Santaolalla, Lita Stantic y Walter Salles). Es rara una película sobre músicos en donde lo más destacado de su anuncio sean los nombres de los productores.
Decíamos que la película estaba subordinada a dos eventos previos, el disco y la presentación en el Colón. Esta última ocupa los últimos 25 minutos de película y es la peor decisión de montaje. Todo está apretujado y desprolijo. Un momento llamativo es cuando presentan a Horacio Salgán. El Colón se viene debajo de los aplausos. Corte y se ve a Atilio Stampone tocando el piano. Absurdo.
Respecto de esto, en Clarín, Diego Lerer, en una crítica más equilibrada y sensata dice:
“Un párrafo aparte merece el concierto en sí: en una película de 90 minutos con tantas historias y testimonios había que tomar una decisión radical. O hacer, casi, una película-concierto. O, directamente, terminarla antes, dejando el show para el disco o para una futura edición en DVD (Santaolalla anunció que así se hará: excelente decisión). Así como se ve en la película, no es ni una cosa ni la otra. Se trata de un apretado resumen del concierto, un rápido salpicado por los distintos artistas que no logra transmitir la verdadera emoción que, se siente, debió haber sido darlo y presenciarlo.-”
En fin, Café de los maestros es una película necesaria. Tan necesaria es que debe ser hecha de nuevo, con más paciencia, respetando a sus homenajeados, dándoles el tiempo y el espacio que se merecen. Sol do.
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