Estambul, Turquía

Por Cicco. El último año, visité en dos ocasiones Turquía, donde Erdogan acaba de ser electo presidene. Viajé en bus, en tren, en barco. No quiero tratar aquí sobre lo impactante de Estambul. Quiero hablarle de los turcos y lo mucho que tenemos para aprender de ellos.

 

Los turcos se parecen a un puñado de tus amigos argentinos. Pero, lamentablemente sólo por fuera. Por dentro, es otro cantar.

Los turcos nos quieren. Somos su selección de fútbol favorita, detrás de ellos, claro. En las telenovelas, los dormitorios de personajes tienen posters de Maradona.

Los turcos son solidarios: basta con que uno se pierda de calle y pregunte al primero que se le cruza, para que, si el turco no conoce, llame, a su vez, a otro turco y al cabo de pocos segundos, un grupo de cinco desconocidos debatirá sobre cuál es el mejor rumbo a seguir. Unos fenómenos.

Los turcos son recatados. En la tele, los cigarrillos y el alcohol, se pixelan. En la calle, hay mujeres con pañuelo y sin pañuelo. Pero todas ellas, aún las más coloridas, llevan su belleza con discreción.

Los turcos viven en una ciudad segura. Basta con viajar en colectivo para ver cómo las mujeres dejan colgar las carteras, despreocupadas, a sus espaldas. Y nada sucede. Esa sensación de seguridad, los une y hermana. No piensan como los argentinos que en su mismo colectivo viaja, alguien que puede matarlos.

Los turcos son disciplinados. Aún con el atasco de tránsito de Estambul en hora pico, no protestan. Aceptan. Así es la vida en una gran ciudad. Hay que aguantársela.

Los turcos son pudorosos. A un amigo que vive en un edificio en la afueras de la ciudad, lo telefoneó la vecina de enfrente. Le preguntaba si cada vez que se paseaba con el torso desnudo por el living, podía bajar las cortinas.

En la historia, los turcos fueron uno de los imperios más temidos y unidos del continente. En siete siglos de historia, los otomanos tuvieron peso decisivo en el devenir del planeta. Y su legado artístico, científico y espiritual, aún se extraña.

Los turcos son prósperos. El país crece. Y la línea aérea nacional, la Turkish Airlines, en pocos años, se transformó en una de las más usadas del mundo. Entrevisté a Temel Kotil, su director. Tenía tanta humildad que podías confundirlo con un empleado recién ingresado a la compañía. Un dato curioso: los miles y miles de turcos que trabajan allí, conocen el celular de Kotil. Él lo tiene abierto las 24 horas para cualquier urgencia. Un modelo a imitar, ¿no es cierto?

Cómo queremos a los turcos. Y si aún no los querés, es porque todavía no los conocés.