lanata y flor de la v

Por Cicco. Dirán que Lanata fue, como mínimo, severo con Flor de la V y su decisión de cambiar de nombre amparada en la nueva ley de Identidad de Género. Que en lugar de decir “sos un trava con documento de mina”, pudo elegir una salida más diplomática, más decorosa, menos combativa. Pero si lo hubiese hecho, no sería Lanata, ¿no es verdad?

 

No importa cuántas organizaciones embanderadas en la libertad sexual lo hayan bombardeado a lo largo de la semana, yo estoy con Jorge. A días de la sentencia de Lanata, ya hubo colegas que lo acusaban de haberse caído de la moto y golpeado la cabeza. ¿Cómo iba a decir semejante cosa? Y justamente Lanata, el hombre que concibió sus medios a través de la mirada piadosa sobre las minorías. ¿Qué le había pasado? Y no fue un furcio. Lanata le dedicó en Radio Mitre una argumentación entera, sólida y meditada. “Vos decís que uno es lo que se siente. Si yo vengo y te digo que soy Napoleón y te exijo que digas que nací en Córcega. Y digo que soy emperador de Francia, ¿vos me tratás como tal?"

Hay una delgada línea entre libertad sexual y registro de una verdad. O, para decirlo de otro modo, está tan corrida la rueda del mundo, que si uno recuerda abiertamente un hecho es tildado de reaccionario. Lamentamos que a un transgénero le duela recordar su identidad de origen. Pero así es la vida: con los documentos no se jode. Es el último registro que certifica quién es quién. Borrado eso, nos quedamos en el aire. Lleno de incógnitas. Y en la confusión, los otros ganan.

En tren de adaptar leyes a nuevos hábitos, las cosas, a veces se embarullan. Una vez un colega de espectáculos propuso una nota que nunca vio la luz, sobre cómo tras la avanzada gay, el resto de los mortales habían quedado desplazados en los medios. Como si a un hombre que le gustara una chica, un hetero, hubiese perdido novedad. “Ahora”, decía el colega, “no es homofobia. Lo que se da en los medios es heterofobia. Si no sos gay, no te dan laburo”. Pasaron diez años de aquella idea loca y, por entoncecs, exagerada. Y la mirada del colega que ya no vive, está más presente que nunca.

Un paréntesis, para no aburrir: Me encanta Philip Dick, escritor clave de ciencia ficción. Fue el primero en ver cómo en el futuro –que es, ahora, presente- las fronteras de la verdad y la mentira iban a caer. El detective de “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” –que inspiró la peli “Blade Runner”. quiere, desde el arranque de la novela, comprarse una oveja. Pero una oveja real. Y recién al final logra conseguir una. Y por más que le diga el vendedor que es real, todo parece indicar que le metieron el perro. O, para decirlo mejor, le metieron el androide. ¿Cómo decirlo? ¿Cómo saberlo? Se interpelaba Dick en sus libros. ¿Cómo saber qué es auténtico y qué no? Y, tal como vienen las cosas, y mal que le pese a algunos como nosotros acusados de retrógrados, el mundo es dickeano: una postal de playa caribeña donde usted bebe un trago de coco, rodeado de mujeres descomunales. Tostadas. Perfectas. Pero, claro, tienen lolas postizas. Labios postizos. Y en el DNI, identidad postiza. La playa, además, es pixel y photoshop. Y el coco, es globo pintado. Ya lo cantaba John Lennon a los gritos 40 años atrás: “Dame algo de verdad”. Y aún estamos esperando.