DATOS PERIODISMO DIARIOS

Por Cicco. Uf, tengo tanta información esta semana que no sé por dónde empezar. Tantas entrevistas exclusivas. Tantos informes confidenciales. Tantas estadísticas de primera mano inéditas que si las pongo todas aquí, temo abrumarlo. Los periodistas amamos la información. Amamos la información más de lo que amamos a nuestras familias. Maś de lo que amamos al club de fútbol. La información es el aire que respiramos. Es la sangre que bombeamos. Es el eructo que eructamos. Y esta debe ser exacta de toda exactitud.

 

No hay nada más conmovedor en este mundo que ver a un periodista en el acto de descubrir un dato. Qué dicha en la mirada. El corazón palpitando a toda velocidad -esto para un periodista es un acto excitante pero pone en riesgo su salud-. Es un momento irrepetible de la historia. El periodista recoge el dato de boca de una fuente ultrasecreta, o lo desempolva de un archivo monumental e inexpugnable y subterráneo, y lo acuna cual paloma con su palomito, leona con su leoncito, y lo lleva en andas, extasiado, hasta la redacción donde lo depositará con sumo cuidado en su texto. Lo pondrá en los laureles del título. Lo repetirá, entusiasta y confiado, en el copete. Lo ilustrará con fotos a todo culorrrr. Y, si tiene suerte, el director lo enarbolará en la portada, ondeando a los cuatros vientos, junto al nombre del medio.

Al día siguiente, recibirá la aprobación de pares y jefes. El editor lo palmeará en el hombro: “Qué gran dato eh. No salió en ningún lado. ¿Pero dónde lo conseguiste?”. Y el periodista, se inflará como sólo se infla un periodista, lo cual significa: mucho.

Oh, la información. Qué hobbie tirano y ninfómano. Pues la información tiene la mala costumbre de actualizarse permanentemente lo cual obliga al periodista, otra vez a salir a buscarla, y otra vez llamar a su fuente ultrasecreta, ir al archivo monumental e inexpugnable y subterráneo, y acunarlo cual león a su leoncito, y paloma a su palomito. E iniciar así una carrera de nunca acabar que es lo que hace que el periodista acunador de datos envejezca tan pronto y tan mal y tenga las ojeras por el piso. Todo esto en pos de que el lector piense que el periodismo es como el oficio del panadero: necesita siempre hornear un nuevo pan porque, al día siguiente, el dato es incomible.

Ahora bien, mis amigos, hete aquí la cuestión. En medio de la corrida por el dato recién salido del horno, el periodista olvida un eslabón fundamental en su larga maratón por proveer a su público con miñones en buen estado. Porque, tanto destile de datos en el texto, ¿pero alguno sirve para algo? ¿Algo de todo eso, merece la pena saberse?

En pos de lograr una exactitud que ensalzan y alientan las escuelas de periodismo, el periodista se atiborra de datos cual kiosquero con alfajores, y jamás de los jamases se formula esa pregunta. Es decir, no se pregunta si las cosas no se pasaron de rosca. Porque todo el periodismo gráfico gira en torno a una premisa fundamental: una línea, un dato. Y a correr.

Para satisfacer la premisa, el cronista convoca encuestadoras, googlea y googlea hasta el fondo del bolsillo de la web en busca de nuevas cifras, hace cuentas, exige planillas, rastrea revistas científicas, y si puede husmea expedientes para aportarle al texto su gloria cifril -no hay placer para un periodista comparado a poner de punta a punta un número de expediente, con sus barras y chirimbolos-. Y todo eso para esgrimir al regreso de su aventura la cifra que avalará su nota y podrá decir que su hipótesis no es cosa de locos: es real. Ahí están los datos para sostenerlo.
Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de todos esos datos son inconducentes. O, para decirlo de otro modo, más que al periodista a nadie le importa. Pues el lector es el primero en olvidarlo -las estadísticas indican que nueve de cada diez lectores, olvidan el dato ni bien culminan la nota, y un informe confidencial señala que este dato estadístico acabo de inventármelo-.

Pero así son las cosas. Los periodistas no pueden parar su carrera en pos de nuevos datos. Y el público no puede parar de olvidarlos. Es, hay que entenderlos, demasiada información la que maneja el lector. Las cosas han cambiado. Todo ese caudal publicitario. Las novedades del muro de Face. El flujo permanente de twitts lúcidos y al divino botón. A duras penas podemos retener el dato de nuestro número de documento. Y aún así los editores, meta pedir datos. Y renovar el stock de periodistas agotados y agobiados de tanto rastreo de cifra para el descarte, y remplazarlos por pasantes juveniles aún con tela para cortar y datos para buscar. Carne fresca.

El dato en las crónicas remplazó la mirada. La cifra sustituyó el rapto de lucidez del cronista avispado. Antes, los periodistas eran observación pura. Ahora son collage de expedientes, documentos y wikipedia. Bueno, digamos que el 99,8% de ellos. Me incluyo.