redes sociales

Por Cicco. Hasta hace poco, respondía con cierta soltura por qué no me subía al tren de ninguna red social. Pero últimamente, mi familia y amigos me han acorralado. Ya no sabía qué explicación darles para no quedar como un renegado. Y entonces, zás, me dí cuenta.

 

¿Por qué uno se resiste a usar redes sociales? No es porque deteste -bueno, un poco sí- tanta vida espumante posada para la foto. Tanto rictus dental social y familiar. Ni los payasos ríen tanto. Lo que nos agobia, la razón por la cual nos resistimos a sumarnos a la ola, el motivo principal es otro. ¿Y sabe cuál es? Tanto prólogo es para darle un poco más de intriga al asunto, no se preocupe. Le decía, lo que me joroba en el fondo de la joroba no tiene que ver con la exposicíon social, tiene que ver con el tiempo. Y sí: tener un perfil actualizado en Facebook, o administrar una cuenta de Twitter en permanente recambio, requiere, por decir así, un laburo bárbaro. Yo veo cómo amigos y familia, sostienen ese karma de siempre tener algo interesante para decir -yo lo padezco semana a semana en esta columna, quédese tranquilo-. Y eso, sin contar el abastecimiento permantente de respuestas por Whats Up a conocidos que siempre quieren saber cómo anda uno. Antes, cuando ni siquiera existía el mensaje de texto pago, no se daba la multiplicación de charlas al divino botón.

Así es mis amigos, la comunicación se abarató tanto que ya no hay que poner un centavo. Puede comunicarse a cualquier parte del mundo con otro descerebrado como usted. Nadie va a venir a facturarle.

Es, en ese orden de cosas, donde no sólo uno se atrinchera en la resistencia a las redes sociales. Además, ahora que estoy embalado, quiero que las cosas vuelvan ser como antes. Eso es: que los mensajes se cobren. Que whats upp salga un platal. Que por cada mensaje en el muro de Facebook haya que desembolsar un billete. Y que la palabra en Twitter se tase a precio dólar.

Es la mejor -y única- forma de eliminar tanta conversación idiota: poniéndole un precio. Verá cómo antes de entrar en debate, la gente se lo piensa dos veces. Antes de subir foto del último asado con amigos o en ronda de colegas embebidos en el after office, considerarán el precio y se guardarán todas esas imágenes que sólo aportan un grano de arena para engrosar la lobotomía generalizada.

Que paguen, viejo. Y se dejarán de hinchar. Tóqueles el bolsillo y las redes se llamarán al silencio. Abandonarán el bombardeo de mensajería inútil, la subida de foto sin ton ni son, y deberán, aunque no les quede otra, volver a verse las caras de una buena vez. Y charlar.