la pelea del siglo

Por Cicco. ¿La pelea del siglo o el negocio del siglo? El esperado combate entre campeones de Pacquiao-Mayweather del último sábado, es un símbolo de cómo el negocio del boxeo acabó aplastando el espíritu de un deporte salvaje y desesperado, pero aún así, irresistible.

Habrás leído ya sobre los millones y más millones que levantaron en pala los campeontes, las cadenas de tele, los managers, el hotel MGM, la cerveza Tecate, y todo capitalista que puso su granito de arena para multiplicar su dinero gracias al duelo, así decían, del siglo. Lo bien que hicieron. Y lo mal que le hicieron al deporte.

De tanto esperar la pelea, tanta agua corrió bajo el puente, que los campeones pasaron de ser luchadores tenaces a meros especuladores deportivos. Se midieron más de lo que se pegaron. En la previa, los comentaristas resaltaban la proeza de cada uno de los que se subían al ring el sábado. Luego de los resultados, tras la decisión unánime de los jueces que daban ganador a Mayweather, el periodismo especializado le cayó con todo: que ambos estaban viejos, que a Mayweather sólo le interesa ganar -por más que la pelea sea un plomo, es, dijeron, más cálculo que tetosterona, fue más abucheado que aplaudido en la presentación-. Y juraban que Pacquiao sólo arrojó 429 golpes en todo el combate -sólo conectó 81, flojísimo, y en el cuarto round cuando podía haber desequilibrado la pelea en una seguidilla de golpes, dio un paso atrás, ¿por qué? Nadie lo sabe-.

En fin, ningún campeón se jugó el pellejo. Y, luego nos enteramos, Pacquiao incluso peleó con un desgarro en el hombro que lo tendrá más de un año fuera del ring. Así lo dice el lema: el show debe continuar, con desgarro y todo.

Se hablará mucho sobre el duelo más pinchado de la historia. Y de cómo un puñado de viejos promotores siguen llenándose los bolsillos a costa nuestra.

Y sí, el boxeo ya no es lo que era. Lamento decirle. Antes había un solo campeón. Ahora, hay media docena. Antes había historias de desesperación, hoy hay historias de empresarios que se calzan los guantes y salen a hacer negocios.

Es cierto, existen pocos invictos como Mayweather y pocos con una carrera tan ejemplar como Pacquiao que cosechó títulos en cada peso que se encontraba. Pero esa es historia antigua. Aún había algo de la llama original del deporte calentando sus primeras peleas.

Antes los campeones se la jugaban por entero. Es por eso que, muchas veces, luego, en el declive de su carrera se los veía tan perdidos. Tan abatidos. Ese puñado de guerreros, había dejado, de verdad, el alma en el ring. El resto de su vida era de segunda mano. La inercia de aquella asombrosa adrenalina liberada entre campana y campana.

Pelea del siglo, fue la de Alí contra Foreman en el Zaire. Un año atrás, se cumplió el 40 aniverrsario de aquella maravilla èpica: la historia de còmo Alì renaciò de las cenizas de una pelea que parecía perdida, y terminò noqueando a la mole de Foreman. No hubo nada igual.

Cada combate del primer Mike Tyson, eran el equivalente en intensidad a una suelta de toros. La generacíón Durán, Tommy Hearns, Hagler, Leonard, y hasta el argentino Martillo Roldán que hizo trastabillar a Hagler. Eso sí era boxeo en su pico de expresión.

Para recordar qué era el boxeo por si estaba confundido, volví a ver aquellas peleas -muchos de los grandes combates están completos en youtube- y aún cuando detrás de escena desfilaban los mismos nombres -HBO transmitiendo, grandes casinos de Las Vegas, mismos promotores-, ah, eso era boxeo.

Esa gente no medía las consecuencias. Pegaba sin pensar si un probable contrataque podía abollarle la cara, y perder así millones de dólares poniendo la caripela en futuras publicidades.

Y antes de despedirnos, nuestro combate favorito con argentino en escena: el gran duelo por el título entre Locche y Fugi. Pelearon en Japón, por el título welter en 1968. Fugi, el campeón, no pudo conectar un solo golpe. Locche fue todo brillo. Todo esquive. Toda entrega. Ponía la cara en la boca del león. Y no le importaba. Una vez lo entrevisté y me dijo que minutos antes del combate de su vida se había quedado dormido en el vestuario. La razón: se había comido un asadito. Eso sí que era un guerrero.