AMO DE CASA

Por Cicco. Ay, cómo me gustan las ofertas del super. Me llena de adrenalina. No las promociones que todo el mundo conoce, ojito. Esa es promo para la gilada. No, yo hablo de la promo escondida. Secreta. Que sólo conocen los despabilados. Los tomatitos por ejemplo, que guarda el verdulero en una esquina porque parecen feítos y uno sabe que por dentro son un manjar. Y sí, que quiere, soy hombre amo de casa. Y me hago cargo.

 

A decir verdad, no estoy solo. Cada vez más hombres, ven cómo sus esposas salen a trabajar y ellos se quedan en casa haciendo tareas del hogar. Llevan y traen a los chicos al cole. Hacen las compras. Mantienen la casa limpia y ordenada. Para cuando vuelva su mujer del trabajo, y ellos la esperan con la comida calentita, y los hijos bañados y listos para comer e irse al sobre.

Para el hombre esta es tarea nueva. Mi viejo jamás tocó un plato. Y mamá siempre subrayó a lo largo de los años que papá tampoco cambió en su vida un pañal. Pero en su generación, se acabó lo que se daba. El hombre debió, mal que le pese, ponerse el delantal. Y los machos empezaron a volverse expertos en líquidos para pisos, jabón de lavar ropa y lavandinas perfumadas. Hace más de diez años que, algunas temporadas más o menos, soy amo de casa. Me encargo de los impuestos. De la ropa. De las compras del super. Y que el hogar tenga una armonía envolvente, espaciosa, calma. No me gusta el revoleo por el piso. Las cosas fuera de su lugar. Ni tampoco las plantitas secas. No soy obsesivo pero califico como buen amo de casa: prolijo, agarrado en el presupuesto, expeditivo.

De tanto ejercer el oficio –porque es un oficio, claro, como cualquier otro- empecé a disfrutar cosas como descubrir una media perdida y colocarla abrazada a su par, como si fuera el reencuentro de dos seres queridos que jamás imaginaron volver a verse las caras. Así de divertida es mi vida de amo de casa.

Pero disfruto cuando el suelo huele a flor de lavanda. Cuando la camisa no tiene arrugas. Y cuando el cesto de la ropa está vacío: señal de que uno viene haciendo bien su trabajo. Soy metódico y previsor como buen señor de su hogar: y tengo, por lo pronto, tres comidas ya anticipadas en la alacena. Si me agarra el fin del mundo, puedo sobrevivir un par de semanitas con lo que voy juntando.

Todo eso, claro está, nos da la sensación de que, podemos vivir solos. Ser una familia unipersonal. Criar hijos. Ayudarlos en la tarea. Llevar adelante la limpieza. La organización y todo lo que concierne a esa gran compañía familiar que es el hogar dulce hogar.

Se habla tanto de la liberación femenina y todo lo que ellas pueden hacer sin nosotros. Y tanta habladuría sobre las parejas de mujeres que reciben donantes de esperma anónimos y deciden que no nos necesitan. Pero la verdad es que, al fin de cuentas, el tiro les saldrá por la culata. Y el hombre asumirá que él también puede hacerlo solo. Sólo falta que algún diseñador nos haga un buen modelo de delantal donde uno no quede como un idiota.