Por Cicco. La saga Matrix, trajo cola y revolucionó el cine, quién puede discutirlo. Pero la decisión de sus creadores, parece, va a traer aún más revolución.
Primero fue Larry Wachowski, quien en septiembre del 2012, anunció públicamente que pasaría a llamarse Lana. Y presentó su otro yo femenino: simpática, pelirroja, cuarentona. Pasaron cuatro años y ahora su hermano Andy le siguó los pasos. Ahora, dijo, quiere que lo llamen Lily. Intelectual, robusta, onda transitada secretaria del jefe. “Sí”, confesó a la prensa mundial. “He transicionado”.
Así funcionan los cambios sociales en este mundo. La regla de oro dice que, para que algo nuevo suceda, para que algo irrumpa y rompa el cascarón, primero, un famoso tiene que hacerlo. Luego se abren las compuestas y el río fluye. Y decenas de miles de descerebrados seguirán su camino.
Los Wachoski acaban de abrir las puertas para validar el cambio de género total y absoluto. Ya no quedan rastros de su pasado ni en el dni. Muy loco todo: en las crónicas periodísticas, los redactores no saben bien cómo corno describir la transición. Se embrollan. No la pegan con los géneros.
Están confundidos. Ahora, las llaman hermanas Wachowski. Y, la gran mayoría, de los medios se suben también a transformación.
Son filosos y reclaman transparencia en algunos ámbitos, pero en este asunto del cambio de género, sexual compran todo el combo. Si alguien dice que pasará a llamarse Bety y ser mujer, el periodismo vernáculo la escribirá como tal. Dirán: “Bety es una mujer independiente que trabaja de bla bla bla”. Borrón y cuenta nueva.
Nos debemos, los periodistas, un debate sobre cómo describir estos fenómenos, sin pecar de ingenuos ni por otro lado, de retrógrados. Aún no encontramos el punto justo para poner en palabras esta evolución desenfrenada a la que llamamos modernidad. Es hora de hacerlo de inmediato, muchachos, antes que nos tome de las narices y nos lleve adonde ella quiera. Y quién sabe, tal vez en el futuro, pase a llamarse “el modernidod”.