EL GORDO Y 1979 |
Un toque de Cardoso |
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En septiembre de 1979, cuando en Japón se jugaba el Mundial Juvenil y un equipo de extrema belleza nos deleitaba a las cinco de la mañana, la Argentina de Videla era visitada por una Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos. Venían a comprobar si las denuncias que llegaban a Washington, por millares, correspondían a una calamidad que transcurría ante las narices de todos.
Cardoso fue el hombre asignado por Clarín para subirse a un Renault 12 y recorrer Buenos Aires buscando a los abogados de la Comisión de la OEA que peregrinaban por cárceles, organismos de Derechos Humanos, despachos oficiales. Al final, tomarían las denuncias de los familiares de Desaparecidos y, luego, darían una conferencia de prensa.
En forma paralela, el 7 de setiembre, un periodista de sólidas convicciones camaleónicas, resolvió mezclar deportes y política luego de sostener que en su radio “no se mezclaban el deporte y la política”. José María Muñoz, irredimible socio de los militares, aprovechaba el triunfo en la final del equipo de Maradona y la consagración como campeones, tomó el micrófono mañana y tarde para pedirle a la gente que concurriera a la Plaza de Mayo para demostrarles “ a esos señores de la Comisión de la OEA”, que los argentinos “somos derechos y humanos”.
Fue Cardoso quien por la radio del Renault 12 escuchaba las arengas marciales de Muñoz convocando multitudes a Plaza de Mayo para apoyar al equipo y a Videla. Fue Cardoso quien fue testigo de como decenas de argentinos, incentivados por la Oral Deportiva de Muñoz, insultaban a los familiares que hacían cola en avenida de Mayo aguardando un turno para que “ los de la OEA” les tomaran la denuncia.
Y fue Cardoso quien narró, de manera brillante y en breves párrafos aquellos dos fanatismos. El fanatismo por el fútbol, el fanatismo por la dictadura.
Nosotros, en deportes, estábamos hipnotizados por las diabluras y los movimientos angelicales de los chicos del Juvenil. La entrada del Gordo a la redacción diciéndonos que toda esa campaña era un bochorno y que el gobierno de Videla montaba una mentira, fue conmovedora.
Todas sus quejas las volcó en aquel artículo. Denunció a Muñoz, a Julio Lagos, a las radios y canales en manos de la dictadura. Fue la primera vez, desde la madrugada del golpe, que en Clarín salía un artículo tan fuerte.
Se ocupó a fondo del deporte y la política. Y de la vergüenza nacional de una gran cantidad de pueblo manipulado por dos o tres periodistas deportivos top. Lo envidiábamos. No teníamos en la sección nadie que se atreviera a escribir de esa manera.
Cardoso fue un grande. Tiempo después sabríamos de su militancia peronista y de sus intentos por dar una pelea sindical que poco a poco iría abandonando.
Los artículos de Cardoso contenían ideas y hechos. Pero por sobre todo ideas. Cuando dejaba caer su pluma sobre el papel de Clarín la noticia era opinión. Lo hizo en una de sus últimas críticas, para burlar el tráfico de antichavismo que se respira en Clarín. Cuando era el momento pico de la nacionalización de Techint en Venezuela, Cardoso recordó una ley que actualmente se utiliza en los Estados Unidos para expropiar la propiedad privada, lo mismo que en Venezuela. Con eso le alcanzaba para taparles la boca a quienes creen que el estado no debe meterse en la vida de las empresas.
Supo enseñarnos que la palabra imposible no existía. Que a la censura y a la autocensura hay cómo vencerla. Sin embargo, muchos de quienes hoy lo recuerdan nada aprendieron. Y en las mesas modernas de las modernas redacciones, la mayoría se mantiene en la infelicidad de una consigna: “Deportes es Deportes, y Política es Política”.
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