RÍO Y LOS JUEGOS 2016
La fiesta de ellos

Río de Janeiro OlímpicaPor: Pablo Llonto. En pleno menemismo, cuando la corrupción no dejaba ver la corrupción, sólo una franja marginal de periodistas deportivos renegó de la escandalosa candidatura argentina a los Juegos Olímpicos de 2004. En la cola de los exaltados medios que apoyaban la idea del fantasma de Anillaco estaban La Nación, Crónica, Clarín y Olé. También Torneos e Incompetencia y los canales de TV.

La coherencia ideológica de aquellos años supo reflejarse en una consigna cuyo objetivo supremo era demostrarnos que éramos del Primer Mundo, pese a todos: “Pizza con champagne”.

Por eso sorprende que ante la fiesta popular desatada en Río cuando el COI le otorgó el triunfo a la ciudad brasileña, Mariano Ryan de Clarín haya respondido a los aullidos, de algunos periodistas, que la semana pasada se estrujaban el corazón pidiendo que la Argentina se postulara nuevamente como candidata olímpica para próximos años.

Dijo Ryan “Por qué se insiste en la quimera de Buenos Aires Olímpica? ¿Por qué mejor no empezar a disfrutar con los juegos 2016 que se harán a la vuelta de la esquina? Y aún más, ¿por qué no dejar  de mirar el ombligo propio para aprender del crecimiento del vecino poderoso?”

No se trata de que hayan resucitado los apóstoles menemistas de entonces, entre los cuales sobresalía Ricardo Roa, el entonces director de Olé y hoy afecto a la moralina, quienes integraban el bando que pensaba que “valía todo”, mientras el país se caía a pedazos.

La reflexión de Ryan, esta vez, apunta claramente a la ausencia en aquella Argentina de Menem de “dirigentes en los más altos niveles internacionales, peso en la infraestructura deportiva y urbana, experiencia en los organización de eventos deportivos de primer nivel, buenos resultados en los Juegos Olímpicos y un adecuado apoyo estatal para los atletas”.

Todo ello debe ser cierto. A ese autorretrato deberíamos sumarle una prensa deportiva casi inexistente, profundamente alcahueta de los dirigentes, invariablemente ajena a la infraestructura deportiva (a quién le importa hoy el derroche y los negociados que se están haciendo con la construcción de estadios en el país), sometida al poder de las empresas auspiciantes y los empresarios que compran y venden jugadores, y desinteresada por la intervención estatal y popular en los asuntos deportivos.

La existencia de tanto polvo sucio y viejo cubriendo la realidad de nuestra prensa, impide ver que nunca tuvimos más periodistas que Panzeri oponiéndose al despilfarro de organizar un Mundial de Fútbol cuando el país se caía a pedazos.

Cuando algunos periodistas deportivos salgan de sus torres de marfil y de sus oficinas lujosas para comprender el vaciamiento del deporte que representaron TyC Sports, Araujo y Niembro, Fox y Espn, dejaremos de pegar gritos histéricos y bregaremos por una dirigencia deportiva que se aleje del billete y se acerque al fomento del deporte para todos.

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