LUEGO DE DÉCADAS DE SILENCIO Y OCULTAMIENTO
Que hablen los barrabravas 

Revista VeintitresCancha de RiverPor: Pablo Llonto. Tal vez haya sido Quique El carnicero, tal vez. ¿Qué quién era? El primer jefe público de la barra brava de Boca. Por entonces, allá en los sesenta, simplemente “La Doce”. Tal vez Quique haya sido el primero de los barras que concedió una entrevista al periodismo. En aquellos años del flower power, Quique (a quien apodaban El carnicero por su habilidad en el mostrador para el preciso corte de chuletas y no por algún homicidio) se mostraba ante las cámaras para hablar de viajes, cantos y una que otra apretada leve. La reciente entrevista publicada por la revista Veintitrés a Adrián Rousseau, uno de los represores que comanda los grupos de tareas conocidos como “Los Borrachos del Tablón” merece los agradecimientos. Su autor, el periodista Lucas Cremades, nos ha dado una buena razón para retomar una insistencia: por favor, que todo el periodismo entreviste a los barrabravas, y que se televise en directo y en horario central.

La barbarie que no miramos
 
Cuando en nuestra juventud experimentábamos con el periodismo, una ley no escrita recorría las Olivettis: no hay que darle micrófono a los asesinos. Así, no se permitía reportear a un barrabrava, a un torturador, a un criminal. Como nuestra ingenuidad justificaba lo injustificable, siempre acatábamos. Hasta que crecimos. Y el tiempo se encargó de hacernos rebeldes.

- ¿Por qué?, preguntamos.

-Porque eso es darles entidad– respondían los sabios.

Un buen día, el sanguinario Ramón Camps, entrevistado por un periodista español, se despachó con una primicia. Abrió la caja fuerte y le mostró un documento que contenía la lista y el destino de miles de desaparecidos. El ex jefe de policía, convencido de que el cronista era de su palo, creyó contar con la impunidad histórica.

Fue entonces que se nos despertó el cerebro. Y claro, dijimos, si nunca los entrevistamos, jamás les arrancaremos nada. O nos vamos a creer eso de la larga mano de la Justicia.

No se trata de comparar a los barras con los dictadores, más allá de que ya lo hicimos, pero este año ha demostrado que no está tan mal eso de prenderles la lucecita roja de la cámara para que, con su ego y sus banderas, se transformen.

Habló el capo de la barra de Godoy Cruz en Radio Mitre y ventiló los arreglos con dirigentes. Habló la mamá de los Schlenker Brothers Guns en el programa de Niembro.  Habló ahora Rousseau y prometió que “voy a mandar en cana a todo el mundo. Ellos rompieron los códigos (refiriéndose al grupo de Alan Schlenker, acusado de asesinar a Gonzalo Acro)”.

Sí, sí, señores. Que hable Rousseau. Que le conteste Alan. Que hable Di Zeo. Que hable la suegra del capo de la barra de Sacachispas. Que el periodismo deportivo se convierta en tábano. La verdad, sólo queremos la verdad.

Han sido décadas de ocultamiento y silencio.

Por eso bien por Veintitrés. Bien por no cumplir las viejas leyes que aún se enseñan en algunas escuelas de comunicadores. Bien por Gustavo Grabia en Olé (uno de los pocos aciertos del diario deportivo) por reproducir la entrevista a Rousseau. Bien por acercarnos a la expectativa, cruel y casi británica, de ver a estos miles de fascistas contando algo de lo que saben.
 
De todas las cortinas que hay que sacudir en el fútbol, la de los barrabravas es una. Aún con nuestra desesperanza, no hemos perdido la idea de terminar con la violencia. Pero al igual que con la dictadura, cuando la única manera de que la sociedad tomara conciencia del NUNCA MAS fue levantar el velo y mirarse en el espejo, nada será posible en el fútbol si los argentinos no escuchamos la voz de los bárbaros a los que domingo tras domingo aplauden, celebran y hasta les piden autógrafos. Será la voz del horror y quizás nos asustemos. Entonces, no hará falta que un hincha y lector escriba lo que escribió hoy en Clarín: un ruego para que no vayamos a las canchas.

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