HABLEMOS DE RIQUELME/  
Llora Bilardo llora

Riquelme saluda/Por: Pablo Llonto. Imaginamos que esta semana usted también se agotó con los periodistas y el tema Riquelme. De punta a punta de la ciudad, de punta a punta del país...la renuncia del ídolo dio para todo.

Las sencillas palabras de Riquelme resonaron programa tras programa, noticiero por noticiero hasta los últimos minutos en que se escribía esta nota. “Me siento vacío, no tengo más nada para darle a Boca”.

De allí en más, un notable aumento de la charlatanería, característica infaltable del periodismo deportivo de los últimos tiempos, hizo que se consagrara algo así como una tosquedad analítica. De formas diversas, cada cual dijo lo suyo. Quienes no le creían; quienes le creían pero cuestionaban la forma, quienes aconsejaban cómo y cuándo un jugador de fútbol debe anunciar sus renuncias o sus cansancios, quienes realizaban todo tipo de cálculo sobre desenlaces riquelmianos: que Riquelme sería jugador de Tigre, o de Argentinos Juniors, que Flamengo, o simplemente se dieron una vuelta por las supuestas simpatías actuales de Riquelme.

En ese cambalache se pudo leer y oír de todo; y hasta unos segundos atrás, escuchábamos a quienes calificaban el hecho como una inocentada que terminaría unos días después cuando Riquelme, convencido por los banderazos, regresaría a Boca.  

Las parodias de Horacio Pagani se pasean ante la cámara y ahora, quien se declara viudo de Riquelme, sermonea con alusiones a una falta de ética porque un jugador se va antes de que venza el contrato. ¿Desde cuándo los trabajadores tienen que estar atados a los patrones como si fuesen esclavos?

Lo más terrible era comprobar dos cosas: que el periodismo parece incapaz de percibir lo que significa un jugador con cierta conciencia. Que cuando llegan los finales de campeonato, las vacaciones de invierno y el tiempo de las pretemporadas, la cabeza de los editores parece un limón exprimido. No se les ocurre un tema interesante para hablar, no tienen asuntos del deporte para contar, no piensan en buscar alguna cuestión que genere originalidad. Prueba de ello son las tapas y portales dedicados a un tal Federer y su triunfo en Wimbledon, cuestión que no debería importarnos más que un recuadro de 12 centímetros por doce.

Todo ello contribuyó al ocultamiento del hecho mayor que produjo Riquelme, si lo medimos con el valor de nuestra subjetiva vara.

No son ni las carambolas de su juego de billar, ni aquello de llevar la pelota atada. Fue su gesto en el final del partido. Caminar por el césped del Pacaembú, de un lado a otro, buscando rivales para saludar uno por uno. Admitiendo así que no hay que evaporarse, como sugiere el periodismo bilardista cuando se pierden las finales y mucho menos dejar de estrechar la mano del adversario.

Esto es lo que llamamos la función del periodista y que muchos, pero muchos, la han limitado a lo urgentísimo, lo amarillísimo, lo efectista, el narcótico afán por la polémica. Todo tiene que ser llevado para que encaje en alguna de las categorías descriptas anteriormente.

Frente a tanto lío por la renuncia de un jugador, aquí decimos que la vida es más simple. Y que a Riquelme le decimos gracias por abrirle la jaula a la emoción de saber, que en la Argentina, alguien sabe perder. 

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