VARIAS ELECCIONES Y PRENSA DEPORTIVA
¿Falta mucho para 2011?

Cristina Fernández de Kirchner y Julio Grondona en un palcoPor: Pablo Llonto. Hay muchas cosas de uno que fascinan a nuestros familiares y amigos. Ante todo, la enorme vocación para perder elecciones. El ajetreo de un octubre electoral ha dejado dos desilusiones. Ideológicamente, ya saben, ni el cuatro por ciento sumando a todos (¿dónde ponemos los votos en blanco y anulados? ¿Son atributo de nuestros queridos anarquistas?) Casi, casi merecemos un funeral como aquellos de la Plaza Roja.

Sin embargo, no es el aburrimiento de ver triunfar a quienes, al menos, no gozan de la estúpida unanimidad. Se trata de esa indignación por la monarquía que aún no abandonó el país. La que se instaló en la calle Viamonte y que en esta primavera de urnas en pena le dijo No a la democracia directa, se hizo votar por los amigos dirigentes, pisoteó la consigna: “Un socio, un voto” y ahora, como la presidenta, pero “presidente”, se quedará en la AFA hasta 2011.

Si usted piensa que deberíamos guardar un digno silencio por lo primero, toleraremos toda irónica compasión y lo haremos. Pero, sobre lo segundo, al menos dejen exponer el esfuerzo de los periodistas que aún no apagaron la luz.

¿No hay diez justos en Sodoma? 

Ha sacado la cabeza otro periodista deportivo. Alejandro Wall, para decirlo pronto, ex editor de Perfil.com y recientemente despedido por Fontevecchia, se sumó a los pocos, pero insistentes, cronistas que practican el desenmascaramiento.

En la última edición de la revista Veintitrés Wall consulta la memoria, los archivos, las fuentes y los disparates para mostrarnos verdades como puños sobre Julio Humberto Grondona. Columnas de empresas extrañas, negocios paralelos, causas judiciales, despropósitos cometidos por este genio de la antidemocracia se pueden leer en cinco páginas y, de yapa, un reportaje al Generalísimo Dirigente a quien la mayoría de periodistas insiste en llamar “Don Julio”.

En la entrevista Grondona destila su odio al periodismo opositor (“ustedes no tienen idea de cómo es que siempre sigo”), define el deseo de quienes estamos cansados de tanta impunidad (“¿me pego un tiro en la cabeza para que estén tranquilos?") y cree que el periodismo joven le debe rendir la pleitesía que le rinden los veteranos (“Pero por favor, ¿cuántos años tenés vos?" le imputa al periodista que cumplió veintiocho para enrostrarle que alguien de 76 es intocable).

Por vía de una metáfora que parece siciliana, Grondona pretende desmentir sus negociados: “mi única socia es mi mamá”.

Debemos advertir que la excelente nota y el reportaje se incluyen en una revista cuyo título de tapa es “La doble moral de los dueños de La Nación”, una justa denuncia contra el diario sábana por sus evasiones impositivas que ilusiona. Pero claro, nada dice Veintitrés de la doble moral oficial en el manejo de los medios estatales. ¿Qué tal si investigan por qué echaron a Marcela Pacheco de Canal Siete? ¿Y TELAM?

Finalizada esta ilustración sobre las unidireccionales orientaciones de la revista y de su dueño volvamos al elogio.

Cada vez que un periodista evita contemplar a Grondona mientras orina para luego aplaudirlo, somos felices. Los adictos a Grondona, simpatizantes de aquella sentencia resignada “roba pero hace”, se han colocado hace rato, y junto a él, en territorio enemigo y tanto los que callan – y por lo tanto otorgan – como las verborrágicas estrellitas de la información, muchas ya entradas en la madurez, sólo eligen el verbo justificar.

Un reciente despacho de la agencia Dyn pretende quedar bien con el hombre y además de mostrar aspectos criticables le adjudica, entre sus logros, todas las victorias futbolísticas de los seleccionados argentinos.

Nada dice del estatuto restrictivo de la AFA, razón de ser de la tiranía.

¿Para cuándo – nos seguimos preguntando – la reforma que autorice el voto directo?

¿Alguien cree que Grondona sería electo si el pueblo futbolero se expresara? ¿Es que estamos en Sodoma y no hay diez justos que se le opongan?

En la novela La broma de Milan Kundera, el protagonista es encarcelado por enviar a su novia, férrea defensora del Partido Comunista de Stalin, una tarjeta postal en la que se lee: “El optimismo es el opio del pueblo…¡Viva Trotski!”

Mientras tanto no queda otra que sentarnos, los pocos que somos, como aquel novio, en la puerta de casa a ver pasar el cadáver de…al menos, Quindimil.

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