Ricardo Gareca y Matías Almeyda

Por Pablo Llonto. En la panquequera del periodismo todo es posible. Si lo sabremos hoy en pleno realineamiento de los planetas en mundo mediático; cuando mes a mes se conforman las tropas. Algo similar ocurre en la prensa deportiva con este asunto de los entrenadores. Menos grave por supuesto que la bienaventurada batalla política, la definición de un periodismo deportivo comprometido con la defensa de los técnicos, sin que importen los resultados, resulta una cuestión esencial.

 

Esta semana, cuando “las mayorías periodísticas” le soben el lomo a Gareca por su extraordinaria labor en Vélez campeón, deberían repasar sus anteriores artículos, comentarios, editoriales, cabreadas, y demás expresiones de la lengua moderna destinadas a censurar otros entrenadores porque habían perdido dos o tres partidos seguidos o llevaban malas rachas duras de digerir.

Gareca es ejemplo de coherencia porque a Gareca se lo ha dejado en su puesto sin la picota absurda de un campeonato, dos campeonatos, o ganar o perder la Copa. Vélez ha podido concretar en la Argentina mucho más que la continuidad de un entrenador. Ha fomentado el modelo que más respeto y admiración levanta en el planeta: que los equipos tengan una línea de juego, honesta, limpia, de paciencia por el buen juego, practicada desde las divisiones inferiores.

Mientras al mismo tiempo se habla de un ruego en Liniers para que Gareca continúe en el puesto, la semana de River, y del periodismo que habla de River ha sido todo lo contrario.

Volaron a Almeyda en uno de los golpes suaves o golpes blandos de los que habla el aborrecible estadounidense Gene Sharp, en su libro “De la dictadura a la democracia”, un verdadero manual para tirar abajo gobiernos democráticos y populares bajo la feroz influencia de los medios.

Lo hizo Passarella y su grupo. Pero lo más destacado es que el propio Almeyda denunció la semana pasada por radio La Red que algunos periodistas formaron parte de la conspiración de ciertos dirigentes en su contra.

Semanas atrás denunciamos en esta columna que Alejandro Fantino exigía en su programa de televisión que los hinchas de River debían enviar mensajitos con la consigna Almeyda debe irse o debe quedarse, incitando a la rebelión destituyente de un entrenador cuyo contrato terminaba en junio de 2013 y cuando su equipo recién transitaba por la mitad del campeonato.

Almeyda no lo nombró a Fantino. Ni nombrará cuáles son los periodistas deportivos que, según él, fueron “operados” o semioperados por algunos directivos de River. Directivos que deberían recibir clases dirigenciales en algunas de oficinas del José Amalfitani. Por el momento, esos periodistas quedan en las sombras.

Pero formarán parte del coro de angelitos que en los próximos días llenará de buenos adjetivos al coherente Ricardo Gareca.

Mientras atrás, esconden las cacerolas deportivas.