eduardo luis duhalde y el mundial 78

Por Pablo Llonto (*). En abril de 2012 falleció el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Duhalde. Las páginas deportivas lo ignoraron. Pero, ¿por qué deberían incluirlo entre sus temas? Este homenaje intenta recordar a uno de quiénes más luchó para impedir que la dictadura se pavoneara, como lo hizo con una Copa y un Mundial 78.

No puedo precisar cuánto hemos perdido los argentinos con la muerte de Eduardo Luis Duhalde. Sí, sí, el Duhalde bueno como lo llamábamos todos.

De abogado tenía todo. Hasta la capacidad para ver una acción judicial donde pocos la notábamos. Una acción que defendiese a los más necesitados, a los perseguidos, a los explotados. Una acción que molestase a los poderosos, a los genocidas, a los ricos de maldad.

De militante tenía todo. El corazón y el físico, aún el endeble de los últimos tiempos, para estar allí donde la humanidad requiriese un pecho para poner, un nombre para firmar apoyos, una hora o un día o una semana dedicada a la multiplicación de los Derechos Humanos. Porque eso era Eduardo, puro Derecho puro Humano.

Si alguien no comprende qué hace aquí  por estas páginas el recuerdo de un funcionario que no pateaba la pelota, ni nadaba 1.500 metros ni pedaleaba como los dioses, hay una simpleza de respuesta: Eduardo Duhalde fue de los pocos argentinos que en 1978 emprendió una firme batalla para boicotear el Mundial de Videla. El Mundial de la dictadura.

Me encantaba escucharlo contar anécdotas sobre este asunto. Duhalde, después del golpe de 1976, estaba exiliado en Europa y allí conformó (con otros colegas) la CADHU, Comisión Argentina de Derechos Humanos para recibir miles de denuncias de los sobrevivientes argentinos que viajaban a Europa a buscar refugio. Se trataba de escapar de las mazmorras, o simplemente del país que se estaba convirtiendo en país-genocida.

Un día tomamos café en La Ópera. Nunca apagó el cigarrillo, o los cigarrillos, sacó de una bolsita unos plásticos extraños y me dijo: “tomá, te las regalo de recuerdo”.

Eran unas planchas Offset que habían servido en aquellos tiempos de la dictadura para imprimir pequeños afiches, calcomanías y todo lo que se le ocurriera llamando a las demás selecciones a “no concurrir al Mundial para no avalar una dictadura que estaba asesinando y arrojando al mar a miles de jóvenes”

Hizo todo lo que pudo Eduardo con aquel Mundial. Recorrió, junto a otras compañeras y compañeros, redacciones, actos, partidos políticos, bares de escritores. Escribió en semanarios o en diarios. En todos los lugares pedía que no se viajase a la Argentina. En concreto, soñaba con un Mundial sin gente o con poca gente y un repudio generalizado a los dictadores.

Pero las cosas, ya se sabe, no salieron bien.

Pero las cosas, ya se sabe, están saliendo bien ahora. Más de 260 genocidas condenados, otros mil procesados o en vías de ser procesados, un páis que es ejemplo mundial en juzgamiento a los violadores de Derechos Humanos y a los autores de un sinfín de delitos de lesa humanidad.

El Mundial 78 ha quedado en el lugar que corresponde, el lugar que quería Duhalde: el lento olvido lo ve consumirse, entre la vergüenza de un pueblo que no quiere saber nada con éxitos deportivos en el medio de la masacre.

Las planchas, querido Eduardo, merecen un rescate, como merece un rescate tu vida de acciones multicolores. Sea de donde fuera el perseguido político, siempre estaba Eduardo, el boga, el amigo de Ortega Peña, el autor de El estado terrorista argentino (obra muy leída durante la argentinidad democrática de fines de 1983).

No habrá pedestal de mármol. De ninguna manera. Sólo queríamos advertir a quienes andan un poco descorazonados y cortos de utopías, que era muy cierto aquello de Brecht y los imprescindibles. Duhalde lo era.

(*) texto publicado en mayo de 2012 en Revista Un Caño