Por Pablo Llonto. Daniel Passarella maldice una y mil veces aquellos breves segundos. Su imagen quedará siempre grabada, en colores y en blanco y negro, acompañando sonriente al genocida que le entrega la Copa del Mundo 1978. Pobre Passarella. Le tocó estar en el momento indebido, del Mundial indebido. La soberana y cabrona FIFA de entonces le permitió al presidente de facto que machara de sangre el trofeo.

 

Pero nada hizo Passarella, ni nada hicieron los jugadores, comparable al rol que cumplió la prensa argentina elogiando al dictador Videla.

Por esas cosas de la vida, del fútbol y de su enfermiza relación con la sociedad, la prensa deportiva cumplió casi el mismo papel que la alcahueta prensa política de entonces.

Fue José María Muñoz, el máximo referente de radio Rivadavia y de la muy triste Oral Deportiva quien más colmó de elogios al jefe del terrorismo de estado. “Mi general”, “mi presidente”, eran las habituales primeras palabras de un relator cuya verguenza merece se descuelguen todas las placas y plaquitas que recuerdan a Muñoz en los palcos de prensa de los estadios.

Pero a Muñoz se le pusieron a la par Aldo Proietto, quien llegó a ocupar puesto de funcionario en la organización del Mundial, la conducción de Editorial Atlántida y varios de los actuales “referentes radiales” como Chiche Gelblung. Clarín hizo lo suyo cuando la directora del matutino Ernestina Herrera de Noble organizó con la dictadura el partido homenaje a los campeones del mundo en 1979. La foto de la Viuda de Noble con Videla y Julio Grondona en el Monumental, luego del partido Resto del Mundo 2-Argentina 1, es otro de los símbolos de la época.

De alguna manera todos quienes anduvimos por los medios en la época de Videla, hayamos sido adolescentes o no, pusimos nuestra ignorancia, nuestra inocencia, o nuestra imbecilidad, al servicio de los peores medios de comunicación que ha tenido la humanidad. Vale la pena decirlo una y mil veces: el silencio de nuestra prensa permitió en gran medida que el genocidio se extendiera.

La muerte inodórica de Videla, debe ser un punto más en la eterna reflexión y autocrítica que nos debemos. Para que Nunca Más ocurra lo ocurrido y para que muchos periodistas que hoy se llenan de rating maldiciendo a los Derechos Humanos vayan al mismo Infierno, es necesario que la ciénaga que habitamos quede registrada en el Museo del Horror. A la vista de todos/as.

Ni mil Lanatas ni Academias de Periodismo podrán mentirnos más como nos mintieron los dueños de los medios, de los programas y radios más seguidas de entonces, cuando llamaban a Videla “El personaje del año” o le hacían reportajes extensos y elogiosos a la manera de Magdalena.

Ni olvido, ni perdón. A Videla, a los suyos, y a la prensa deportiva que se dejó usar por la misma muerte. Vestida de general.