EL DEPORTE QUE LA PRENSA IGNORA
Héroe deportivo del año

Martín SharplesMartín SharplesMartín en Bolivia con Julia Cortez, la maestra que le dio el último plato de comida al ChePor: Pablo Llonto. El nuestro es un periodismo que para fin de año no tiene otra cosa que hacer que entregar Olimpias, estatuillas Clarín o premios Fox Sports. Es lo que se viene. Unos cuantos días de etiqueta, papel picado, canciones de Alejandro Sanz y demagogia y unos cuantos colegas apestando a Chandon en busca de una foto con el máximo héroe deportivo del 2007.

Sí señores, estamos hasta las bombillas de los premios. Más en el país y en el mundo en que vivimos, en el que firman autógrafos los patinadores de Tinelli, los delanteros que sólo hablan de autos último modelo y media docena de jugadores de tenis que no saben cuánto vale el boleto mínimo del colectivo.

Por eso, de aquí al último día de diciembre recordaremos en esta columna a los verdaderos héroes del año. 

Un corredor admirable

A lo mejor usted lo vio en algún noticiero del domingo. Hace algunas horas llegó al monolito del kilómetro cero en Congreso, se bajó de su bicicleta con su pata de acero inoxidable, barba de dos meses y sangre de héroe en las venas. Venía de pedalear dos meses desde La Higuera (Bolivia) en un viaje de 2.800 kilómetros por las rutas del Che para homenajear “a los treinta mil desaparecidos y a los luchadores sociales”.

Cuarenta, cincuenta, ochenta kilómetros por día y solo; aprendiendo los mapas, los pueblos, las gentes. No para contárselo a los amigos, entre porrón y porrón, o a Tyc Sports, o para hablar de hazañas en el living de ESPN  sino para aplicar silenciosamente aquello del deporte como vía de unidad y solidaridad.

Martín Sharples es de aquellos que, de verdad, libran batallas por el único deporte que aún vale la pena: el deporte sin dinero. Tiene 41 años y un sueño de jugador de rugby junto al maldito accidente que en 1993 lo dejó sin la pierna izquierda.

Fue maratonista, lo aplaudieron a rabiar en Italia cuando llegó a la meta de una carrera en homenaje al fondista Miguel Sánchez con la prótesis destrozada en una de sus manos. Fue el señor de los disgustos, cada vez que subió a un palco a recibir un trofeo y les dijo a los organizadores que era una injusticia otorgar premios diferenciados a hombres y mujeres, corredores de a pie y en de sillas de ruedas. Fue quien el año pasado echó a gritos al presidente del Comité Olímpico (Julio Cassanello, intendente de la dictadura) por querer formar parte de una ceremonia en recuerdo a los deportistas peronistas censurados en 1955.

En Sharples va el reconocimiento a millones de Martines y Martinas que a lo largo y a lo ancho de la Argentina practican las reglas del atletismo, el fútbol, el tenis o el rugby, con decencia…

Ya va siendo hora de que los anónimos deportistas tengan prensa. Porque hay gente que se la juega, sin lucro, sin la portada de Gente o la publicidad de Hair Recovery. Allí están, como hidalgos Quijotes, aguardando que un cronista los trate lejos de los recuadros y más cerca de los títulos principales.

Que es más hazaña pedalear medio país con una sola pierna que jugar en La Dolfina y montar caballos de un millón de dólares en la coqueta cancha de Palermo.

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