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Por Pablo Llonto. Hay que llamarse Maravilla Martínez o Floyd Mayweather para ser noticia destacada en el mundo del boxeo. Claro, a quien le importa qué es de la vida del boxeador rafaelino Juan Alberto Ríos quien en la madrugada del sábado 12 de octubre fue operado de un hematoma subdural en el Hospital Cullen de Santa Fe. Hematoma subdural. ¿le suena? ¿le suena? Sí, acertó…la misma lesión que copó los titulares de los diarios en la semana que se fue. La que determinó que operasen a nuestra presidenta.

Eso ocurrió con la cabeza de Ríos, un muchacho de 23 años que, el viernes por la noche, perdió por nocaut técnico en el décimo round ante el brasileño Leandro Mendez Pinto. Fue durante la velada en que la jujeña Alejandra “La Locomotora” Oliveras ganó el título mundial superliviano ante la colombiana Lely Luz. Esta pelea sí trepó posiciones en los medios deportivos.

Pero un deportista en terapia intensiva no merece ni la hora, según el sabio entender de la mayoría de los editores de noticias deportivas en la Argentina.

Así, por supuesto, el boxeo profesional seguirá gozando de ese manto de impunidad que le permite ocultar una serie de martirios y lesiones que lo convirtieron en una carnicería sin retorno.

Cuando creíamos en la lenta “humanización del boxeo”, nuestra ingenuidad iba de la mano la complicidad. A más de una década de aquellos años de periodismo deportivo en retroceso, hoy no callamos nada.

Fue grave lo ocurrido en el club Unión de Santa Fe. Muy grave. Un boxeador argentino al borde de la muerte y la calesita sigue girando como si nada. Como si aguardara el fatídico cierre de notas que acompaña a estas historias, como a tantas otras desconocidas: “hasta la próxima muerte, o el próximo internado”.

Para octubre de 2013 el boxeo goza de una vida que piensa ser eterna. No sólo ello; a la fecha le ha salido un más bestial competidor que se pasea, sin condena, mortificando las pantallas de TV. El Vale Todo, o las Artes Marciales Mixtas, esas acciones de exterminio que muchos inyectan a la programación de los canales argentinos, y que consiste en dos personas encerradas en una jaula que usan todo tipo de recursos hasta que el rival claudique, parece ir en camino a que luego aceptemos los fusilamientos televisados.

Mientras el reclamo por el fin de estos mal llamados deportes es cada vez más pequeño, Juan Alberto Ríos descansa en su cama del hospital, a la espera de leer su nombre en los diarios, ser alguien en la vida y salir del anonimato al que te condena la vida del deportista sin gloria.

Por eso aquí en esta columna hay lugar para él. Aunque Ñuls siga primero y los resultados de River y de Boca, o el partido de Uruguay-Argentina aún sean más importantes que la mismísima vida.