titulares e intimidad

Por Pablo Llonto. Casi no existió medio en la Argentina que no publicase las fotos de los jugadores uruguayos del Defensor Sporting con tres chicas colombianas en la íntima intimidad de una habitación.

 

No contentos con la buena acción periodística, esto es cuidarnos tal cual nos cuida la Santa Iglesia Católica de los males y pecados del mundo, los calificativos iban y venían como si aquí reinase la Inquisición.

Fue el momento en que nos acordamos de La Marcha de la Bronca y mientras tarareamos “Bronca cuando se hacen moralistas…”, leíamos los osados titulares y comentarios.

La página de Infonews anunciaba sin chequeo ni comprobación: “Jugadores uruguayos, de fiesta con prostitutas y drogas”

Infobae exageró hasta el agotamiento: “Un tremendo escándalo de repercusión internacionales”.

Para TN el asunto era divertirse con los demás: “Le hicieron la fiestita: así fue el festejo de los jugadores de Defensor Sporting”

Desde ya, ninguna de las notas en los medios argentinos estaba firmada. Porque para estas cosas los tituladores, redactores, y confeccionistas de zócalos y epígrafes, no dan la cara.

El partido había terminado, los jugadores tenían descanso, y aunque las fotos hayan sido obtenidas con celulares, maquinitas o kodaks fiesta, a ningún periodista le tiene que interesar difundir historias de hoteles y alcobas. Porque no somos ni seremos vigilantes y porque el mundo ya está cansado de los dedos marcadores de los hipócritas, con o sin sotana.

Esta costumbre, bastante habitual en el periodismo deportivo y en la prensa en general, no podrá ser corregida hasta tanto se erradique de nuestro periodismo la convicción de que la noticia y todo aquello que pasa en el mundo es, al final de sus cuentas, una mercancía. Y como tal debe ser sometida a las reglas de las mercancías: es decir, todo vale con tal de obtener un “cacho más de ventas o un cacho más de rating”.

Este concepto, defendido hasta el hartazgo por las cámaras empresariales y por buena parte de los editores de diarios, revistas y programadores de radio y TV, hizo prevalecer en gran parte del mundo esta idea de los dueños de los medios de considerar noticia “a lo que vende”.

Desde ya, todos ellos/ellas pondrían el grito en el cielo y pedirían auxilio a la SIP, a la ONU y al Papa, si sus fotos de intimidades cloacales, o duchas indiscretas o deslices blanquilíneos fuesen publicadas en las páginas de un medio alternativo, o nacional y popular.

Es la vara de la lucha de clases. De los pobres o los más humildes se puede publicar todo, de los ricos y la realeza casi nada.

Alguien quiera (Dios, no, porque al final de cuentas no existe), que los periodistas seamos capaces de ir ganando terreno y que a un lado queden, en la zanja profunda de los desperdicios, las páginas más nauseabundas de nuestra querida profesión.