ESTADIOS DE POP Y ROCK |
Catedrales del ritmo |
Por: Adriana Amado. En la Edad Media se construían catedrales imponentes para atraer a la población de las inmediaciones y ofrecerles la palabra divina en un espectáculo multimedia. Los recursos técnicos disponibles se usaban para disparar todos los sentidos: órganos majestuosos en una acústica asombrosa; incienso que pegaba fuerte en el olfato y el estómago de la plebe hambrienta; vitrales coloridos para entrar con dibujitos en la sesera poco ilustrada; sonsonetes en latín para estimular el espíritu. |
Por estos días la cultura suele estar en el mismo ministerio que turismo y esas catedrales son una foto más de las vacaciones. Es más, resulta molesto que justo se les dé por celebrar misa cuando llegamos con la cámara lista para sacar una foto en el púlpito. Las auténticas peregrinaciones se corrieron de esos lugares sacros y majestuosos para darse hoy en púlpitos improvisados por la fe popular. Los santos que se llevan ahora no están en el calendario: san Rodrigo, santa Gilda, san Gauchito, san Bono. Y la religión por estos tiempos es otra cosa.
La liturgia sigue recurriendo a las mismas cosas que antes, con sonidos, sustancias, colores, estribillos. Pero los altares ahora se erigen en los estadios, donde la palabra sagrada depende del vicario de las nuevas religiones globales. Es la música la que hoy cumple el papel de aglutinar los espíritus alrededor de un mensaje motivador. Por ejemplo, la canción de protesta vendría a ser el fundamentalismo religioso, representado por aquellos que soñaban con la revolución y que agotadas las otras vías, siguen proponiéndola en formato musical. Las mismas figuras que tocaban hace treinta años repiten las mismas canciones que tocaban hace treinta años para hacer llorar a sus fanáticos incluso un poco más que lo que lloraban en los recitales de entonces. Hace décadas que Víctor Heredia, Pablo Milanés, Jaime Roos repiten las consignas con la esperanza intacta de cambiar al mundo. Por ser el culto más empecinado en la misma idea se trata del culto más conservador y tradicional.
En el otro extremo, cual evangelistas que promueven el amor (especialmente el carnal) al son del pop, están los líderes románticos, los carismáticos. Ellos convocan multitudes al son de la pandereta y los estribillos pegadizos y sus liturgias son pletóricas de luces y alegría. Luis Miguel, Montaner, Ricky Martin, Chayanne, copiaron el efectismo del rock y arman idéntico despliegue de luces y escenario con un resultado un poco más popular y familiero. No en vano son los temas que se bailan a lo loco en los casamientos. Con todo, la religión dominante sigue siendo el rock, aunque le pasa lo que al cristianismo y no necesariamente sea la mayor en seguidores. Como aquel, tiene las únicas autoridades que cuentan, que persisten casi hasta su muerte respetadas por sus fieles sin discusión. ¿Quién puede cuestionar a Paul McCartney aunque se repite a sí mismo desde hace décadas? ¿Quién va a objetar que Roger Waters ya no es Pink Floyd? ¿Quién le va a decir a Ozzy que está demasiado viejo? ¿Quién le va a decir a Bono que nos resulta demasiado bueno? (Cicco, claro, pero ya sabemos que él es un hereje). Estos obispos del rock tienen sus cargos vitalicios y cuentan con seguidores dispuestos a transmitir la tradición hereditariamente con lo cual se aseguran perdurar por varias generaciones.
En cualquiera de los tres cultos principales (fundamentalismo folk; evangelismo pop; Roma&roll) la convocatoria moviliza multitudes dispuestas a peregrinar de donde sea para asistir al milagro de vibrar con su ídolo, repetiendo casi en trance estribillos en idiomas que no siempre comprende. Discos en vivo, remeras, vinchas, entradas, se convierten en los talismanes que probarán que participó de la emoción colectiva y, además, hizo su contribución a la iglesia . Cada acto le confirma que la fe en el ídolo está intacta y que sigue haciendo el milagro de devolverlo a su hogar renovado, descargado, emocionado.
Este punto es el más controvertido de esta teoría . Cuando cuento que las chicas lloraban cantando con Arjona “póngale vida a sus años, que es mejor”, mis amigos bienpensantes se horrorizan con gesto de qué minas alienadas. Cuando les cuento que el gordo de la platea se desgañitaba al grito de “sandeiblodisándei” de U2 los mismos me decían extasiados “Sí, no sabés lo que lloré”. Por ahí porque no saben que significa “sangriento domingo sangriento”. Porque así como se seguían largas misas en latín, todavía se siguen coreando estribillos sin entender una doble ve de inglés.
Qué quieren que les diga, para mí es mayor el mérito de los del pop romántico porque la tiene más difícil con el mensaje. Hay más gente dispuesta a adherir a consignas de protección del medioambiente y de lucha social contra regímenes totalitarios que a confiar en los menajes de amor. Ahí están todos los libros de Bauman y de Beck que no me dejan mentir. El amor es una auténtica causa perdida y siempre hay alguno dispuesto a decir que es cursi, fantasioso, anticuado. Con este razonamiento, las chicas que se desgañitan al ritmo de “¿Será que no me amas?” tienen mucho más mérito que aquel que asiste a los recitales políticamente correctos. Mientras se felicitará y hasta envidiará al que vaya al recital de Kiss se cuestionará socialmente a quienes hagan lo mismo para ir a ver a David Bisval. Definitivamente, los fans del segundo requieren de mucha más fe.
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