SIMPATÍA, CANTO, BAILE Y BELLEZA/ |
El duro oficio de la diva pop |
/Por: @adrianacatedraa - Adriana Amado. El pop latino suele ser subestimado como expresión cultural. Su propensión al estribillo pegadizo y al amor explícito los convierte en un blanco fácil de los puristas de la música para quienes un hit siempre es un golpe a la cultura. Sin embargo, es un género popular con muchos seguidores confesos y otros tantos culposos que se saben los 40 principales de memoria, pero los cantan únicamente en la intimidad de la ducha. Pero si Arjona tiene que luchar contra los bien pensantes que se dedican a insultarlo a él y a todas las que llenan decenas de estadios para tararear sus baladas, las chicas del pop tienen que pelearla aun más. Lo saben bien las finalistas de los concursos de canto que llevan las de perder con competidores masculinos que saben despertar suspiros entre quienes votan. |
Quienes me conocen saben que en mi búsqueda de conocimiento social no temo exponerme a las circunstancias más extremas. Y ahí fui, a constatar la hipótesis de que a las mujeres les cuesta más también en el rubro pop en el recital que dio Jennifer Lopez en Buenos Aires. Y contrariamente a lo que me pronosticaron los muchos que quisieron disuadirme, el estadio estaba lleno y entusiasmado. Y como para conseguir el éxito las mujeres tenemos que esforzarnos más, así en el pop como en la vida, el espectáculo no escatimó recursos y dedicación.
JLo no solo fue un derroche de simpatía y frases en español esforzado, sino que en una noche de menos de diez grados ventiló el cuero apenas enfundado en ajustadísimas lycras y cristales inquietos. En contraste con la mayoría de los monstruos latinos que nunca han hecho más que un amague de movimiento de caderas, la señora Lopez las sacudió como para que nadie se arrepintiera de haber pagado la entrada. Todo ello cambiando vestuario, luces, videos y esconografía no menos de nueve veces.
Porque si tomamos como referencia el éxito abrumador de Arjona (al que también abnegadamente observé de manera participante para la ciencia), hay que decir que una cosa es invitar al escenario a una señora de las cuatro décadas, para que mire embobada a su ídolo repitiendo las mismas estrofas de metáforas dudosas. Y otra, muy distinta, es poner a las cuatro décadas a sacudirse en el escenario mientras se entona “Rock your body, Rock your body, Dance for your papi”. Detrás de esta banalidad aparente del estribillo hay toda una ingeniería puesta al servicio del espectáculo. Sin dejar de contar todos los avances de la ciencia que lo hacen posible.
Paul McCartney viene con su guitarrita, canta las canciones de cuando Jennifer estaba naciendo y de la ternura que te da, hasta rogás que no salude mucho, a ver si el esfuerzo lo perjudica. A Chayanne se le perdona el playback porque se entiende que semejante agite de muslos deja a cualquiera sin aliento (a Roger Waters se le perdona más porque está poniendo ladrillos en la pared desde los setentas). Pero a Jennifer la vimos cantar de verdad, y zarandearse, y conversar con el público, y conducir el espectáculo como si no fuera a presentarse a sí misma. Todo sin perder por un instante las ganas de acercarse a recibir amorosamente media docena de rosas que le extendían de la tribuna. En cambio, vi arrojar ramos carísimos a Luis Miguel, sin que el astro dejara un segundo de observarse en los monitores ni se dignara a dedicar una mirada, aunque sea de misericordia, a sus fanáticas desatadas.
Y mientras con los años a Bono, a Steve Tyler, a Rod Stewart se les aflojan las exigencias estéticas, a las muchachas se les pide cada vez más. Si a la mismísima Scarlett Johanson se le supeditan los gemidos musicales al comentario sobre la celulitis de sus caderas (¡qué nos queda al resto, entonces!). De Madonna para acá, las chicas tienen que trabajar duro para pararse sobre cuádriceps de acero y pantorrillas torneadas a fuerza de tacos de quince centímetros. Ahí está el recital que los Black Eyed Peas dieron en Buenos Aires, que no me deja mentir: mientras a los muchachos les alcanzaba con sintetizar sonidos y rapear unos mensajitos de chat, la diosa de Fergie ponía un cuerpo al espectáculo de esos que la platea femenina envidiaba y la masculina codiciaba con igual fervor. Esas curvas sedosas requieren una disciplina y una asistencia médica que salvaría a la humanidad, si se la encauzara a causas más urgentes que la estética. Porque esos abdominales y glúteos de JLo no se consiguen solo con el entrenador virtual del sistema FitOrbit que promociona en su sitio. El desafío a la ley de la gravedad que hacen estas mujeres en cada espectáculo las debería postular al Nobel de Física. Cuando menos.
Y por si fueran pocos los méritos de simpatía, canto, baile y belleza, la señora Lopez dejó claro que además es madre (con un emotivo videoclip dedicado a sus hijos como el amor más genuino) y principal sostén del hogar. Como buena anfitriona, mientras se cambiaba dejó al público entretenido con los finalistas de concurso de talentos “Q'viva”., que produce entre otros tantos emprendimientos comerciales. Con todo esto, siempre hay alguno que pregunta con quien habrá dejado los chicos.
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