LANATA

Por Luis Majul - (Nota especial publicada en Perfil.com) Lanata no quiere hablar de la biografía no solo porque no la escribió él, como sostiene en cada entrevista en la que le preguntan sobre el libro. No lo quiere hacer, entre otras cosas, porque le da pudor andar explicando, en el medio de un reportaje cuándo, cómo y en qué circunstancias pensó en suicidarse; cuándo, con quien y porqué tomó cocaína y de qué manera decidió abandonarla, porqué gasta más dinero de lo que gana y cómo fue el proceso de su quiebra personal y el fracaso de Crítica.

No quiere hablar del libro porque entonces tendrá que detenerse a explicar una vez más porqué antes miraba al Grupo Clarín de una manera y ahora lo presenta de otra. En cierto modo, tiene razón. Una cosa es revelar todo, incluso las partes más oscuras de uno mismo, para un libro, donde el tiempo y el espacio casi no tienen límites, y otras cosa es hacerlo por radio, televisión o en las revistas, donde un título puede resultar catastrófico para lo que él mismo desearía transmitir.

Percibí esa diferencia de formato cuando lo vi por primera vez, a través del video que yo mismo grabé, con la máscara que utiliza para dormir, porque padece apnea de sueño. Él la fue a buscar a su cuarto, se la puso y me mostró cómo funcionaba. Estábamos hablando de su salud y por eso Lanata quería ser preciso y detallado.

En el contexto de del libro, donde los detalles de su estado de salud son imprescindibles, Lanata con la máscara puesta aparece como un dato de suma relevancia. Incluso la textura del video, capturado con una cámara casera y no profesional, explica la circunstancias en la que esa imaginen fue tomada.

Sin embargo, cuando Lanata se pone la máscara y esa imagen se presenta como parte de un informe que preparé para la difusión del libro, el impacto es diferente y es brutal. Ya no se trata de una explicación didáctica y detallada de cómo y porqué duerme Lanata con semejante aparato. Se trata del conductor de Periodismo para Todos, uno de los hombres más influyentes de la Argentina, de entrecasa, vulnerable y en una situación de evidente intimidad.

Se transforma en el tipo de material perverso que utiliza 6,7,8 para seguir haciendo daño a las personas con su propaganda mercenaria y de absoluta mala leche. Lo notamos junto a Alfredo Leuco, el día en que me invitó a su programa, Le doy mi palabra.

El informe sobre el libro de Lanata tuvo uno de los picos de rating más altos del año. Sin embargo yo me quedé con la sensación de que habíamos transplantado parte de Lanata (secretos, virtudes y pecados del periodista más amado y más odiado de la Argentina) al “formato tele”, y ese hecho me produjo una sensación extraña. Algo así como si hubiéramos vulnerado el contrato implícito que acordamos para las quince entrevistas que mantuvimos en el marco del laburo de la biografía.

Es necesario aclarar que en ese informe casi no se incluye información o los textuales que aparecen en el libro. De cualquier manera, lo que sí se transmite y da vértigo es la decisión de Lanata se contar todo más allá de sus consecuencias.

Antes de fin de año me encontré con Lanata de casualidad. Fue en Radio Mitre, donde había acudido a una entrevista para el libro. Estaba saliendo del edificio de la emisora cuando me encontré con Luciana Geuna en la calle y ella me llevó del brazo hasta la producción de Lanata sin filtro.

Nos saludamos delatante de unos cuantos testigos “molestos”. Además de Luciana estaban Jorge Fernández Díaz, Nico Wiñazki y Osvaldo Bazán. Todos estaban leyendo o habían leído parte del libro. Todos tenían algo para decirme y Lanata oscilaba entre el pudor y el desparpajo. “Qué hacé, boludo”, me saludó y les comunicó a todos: “El único libro que tenía en mi biblioteca se lo presté a Patricio (Carballé, su abogado). Ahora nos vamos a Mar del Plata y todavía no lo puse en la valija. Así que sigo sin leerlo. Todavía me las aguanto sin leerlo”.

“El que ya lo leyó fue Sara (su mujer) y lo quiere matar”, dijo en voz alta Bazán, para que lo escucharan todos. Alguien dijo entonces, en tono de broma, para salir de esa situación incómoda: “¿Para cuándo la película?”. Respondí: “No sería mala idea. Grabamos por lo menos veinticuatro horas. Es una buena base para un documental”. Lanata saltó de la silla: “No podés: necesitás mi autorización”. Y Geuna, especialista en asuntos judiciales, preguntó: “¿Firmaron algo antes?”. “Nada”- le expliqué- “fueron quince conversaciones de veinticuatro horas en total, pero no firmamos nada. ¿Cómo íbamos a firmar algo si es una biografía no autorizada?”.

Entonces Geuna lo dijo: “Lo lamento, Lanata, pero Majul puede hacer con ese material lo que quiera”. Lanata prendió otro cigarrillo y por primera vez pareció darse cuenta del nivel de exposición que representa hablar para la biografía de su vida. Fue una de las cosas que le pregunté mientras trabajaba para el proyecto. “Por un lado me siento demasiado desnudo, como en carne viva. Y por otro lado me siento liviano, como si me estuviera sacando un gran peso de encima”, me explicó.

Lanata no quiere hablar sobre el contenido del libro porque ya se desnudó, ye se sacó la piel, el pudor y el filtro que cualquiera tiene- y él también- para andar por la vida. No desea ni puede hacerlo a cada momento, en cualquier circunstancia y ante cualquier periodista. No tiene ganas de explicarle a nadie todo de nuevo. No quiere banalizar su propia vida, porque bastante tiene con la radio y la televisión.

Está en todo su derecho.

Pero también debería asimilar que a partir de ahora, siempre habrá un periodista dispuesto a preguntarle por qué intentó matarse, porqué tomó y dejó la merca, lo de su quiebra personal y el fracaso de Crítica, sobre su regreso a la tele y el antes y el después de su relación con el Grupo Clarín.

También debería saber que un ejemplar del libro lo estará esperando, en su biblioteca o en cualquier parte, listo para ser leído cuando ya no tenga la templanza para evitarlo.