Por Adriana Amado - @adrianacatedraa Cualquier aspirante a progre lo sabe: la religión es el opio de los pueblos. Ni siquiera hace falta leer a Marx en detalle para adoptar la pose canchera de hacerse el ateo y renegar abiertamente contra la liturgia y el bautismo cristiano que la inmensa mayoría de los argentinos recibimos. Esa rebeldía políticamente correcta, muy festejada en los bares de Palermo o las aulas de Puan, lleva a suponer al renegado que vive en un país donde el catolicismo ya fue. Tan extendida entre sus conocidos es la actitud incrédula, agnóstica, atea, según el grado de fervor en contrario a la fe en la que la mayoría de los escépticos fuimos educados, que algunos postulan que el catolicismo es un resabio de las oligarquías vernáculas. No importa que las procesiones a los santos populares se incrementen al ritmo de la precariedad de la vida, especialmente la de los más desprovistos, ni que en las casitas de los pobres haya más figuritas sacras que cuadros de Evita. El sociólogo improvisado exhalará una bocanada de hierba y minizará esos hechos en la convicción de que nuestro pueblo está en vías de desperezarse y sacudirse las cadenas.

En su pensamiento de vanguardia del siglo diecinueve, el laico posmoderno escamoteará también el dato de que esos líderes latinoamericanos que tanto admira resultaron ultracreyentes de los prodigios divinos y la vida en el más allá, a la que remiten la razón de sus actos y su sacrificio en vida. Obvian también que muchos de los gobernantes accedieron al poder expresando sus convicciones religiosas en los avisos electorales o en misas populares. Pero claro, en las tertulias bienpensantes no se habla de religión más que con mofa y se justifica la fe católica de los revolucionarios en el poder como una concesión con que bendicen a las mentes simples de los conciudadanos que no tienen la suerte de haber leído las fotocopias de Althusser en el CBC.

Como la elite intelectual es la que lee y escribe, su opinión publicada construye una espiral de silencio en la que la procesión a Luján, la Virgencita del Cerro y la colecta de Cáritas es un lado b que no tiene cabida en su Ipad. A lo sumo se los comenta como fenómenos populares equiparables a la cumbia villera o al Gauchito Gil.  Entonces andan desolados ahora que descubrieron que hay gente que se alegra de la designación del papa Francisco y que sale a festejar como si se tratara de una copa mundial. Expresan en los muros de Facebook sus lamentos de que la prensa internacional no se haga eco de notas periodísticas que mellarían la legitimidad de su santidad y repudian que en cambio celebre hegemónicamente la designación del máximo vicario de la religión más extendida en Latinoamérica. Es tierno ver cómo intentan contrarrestar a tuitazo limpio la tendencia mundial que consagra esta semana a un argentino que no es Messi y a un latinoamericano que no es Chávez.

Muchos que proclaman la igualdad de género y la diversidad racial vienen esta semana a desestimar las expresiones de júbilo de sus vecinos. No las entienden. Ellos, que miran con entusiasmo las plazas llenas de banderines de agrupaciones creadas anteayer y que festejan los taxis con banderitas celestes y blancas de merchandising, se escandalizan con este fervor inesperado por el pendón blanco y amarillo. Estos que no entienden intentan desde el miércoles dar vuelta la opinión pública denunciando que se le ven las costuras. Que no puede ser que las mayorías católicas sean tan mayoría. Si para ellos semana santa es un bonus track de las vacaciones estivales y no una fiesta católica que se celebra con intensidad en todos los barrios del último pueblo de la Argentina. Alegan que los crímenes de los católicos impregnan a todos los que se persignan con la misma intensidad con que discuten que los otros crímenes de los otros credos y partidos solo comprenden a los que los cometieron. Hay mucha gente sorprendida de este fervor colectivo del que no paran de mofarse haciendo retuits de los creyentes.  Los veo, los leo, los escucho porque estoy más cerca de ellos que de los que se van a convocar a la madrugada para ver en el Obelisco la ceremonia consagratoria de su líder espiritual. Solo que en lugar de renegarlos estoy tratando de entender la fe de muchos de mis conciudadanos por un hombre que acaba de acceder un poder tan terrenal como cualquier otro.