Por Juan Terranova. La elección del Papa demostró lo precario del aparato comunicacional kirchnerista, entramado del oficio que funciona bien si no pasa nada. Más de un presentador televisivo y algún que otro locutor radial salieron a decir que el mundo giraba a la derecha por la asunción del Papa Francisco. (Incluso en algunos momentos era como si el mismo Mauricio Macri lo hubiera puesto en su cargo.) "Pedazo de narcisismo hay que cultivar para imaginar que la conducción eclesiástica romana unge a su líder atendiendo a nuestro país" señaló Santiago Curci en su excelente artículo Un rizona para Francisco.

Pero lejos del narcisismo, es ignorancia lo que se vio, una larga cadena de desinformación corta de miras. Así lo entendió Jorge Asís y pidió que el orgullo nacional y popular se corriera un poco para ver el horizonte. Más allá de esta resaca, atendible ya que evidencia la calidad de los periodistas del kirchnerismo, hubo vergüenzas de veteranos considerables. Washington Uranga redactó apurado unas “Claves para el nuevo papado”, como si Bergoglio fuera el ganador de una elección provincial o el intendente de Avellaneda. Vocabulario y sintaxis de unidad básica mediante, imaginó o dedujo lazos de poder que se pueden aplicar a la politiquería local donde hay bases, elecciones, tensiones, cabos sueltos por todas partes, pero no al mundo eclesiástico. (Y no estoy diciendo que falte política en la Santa Sede, hablo de gestos, de herramientas y recursos del escribir que también lo son del pensar.) Qué diferente fue la columna escrita con ideas y lecturas por Pablo Gianera, quien eligió hablar de Benedcito XVI y desde ahí, muy sutilmente, interrogar a Francisco.

Y sí, previsiblemente le cuesta al progresismo lo del Papa argentino. Tiene que remar en el aire para decir algo y no le sale. Falta formación, interés, falta –una vez más– apertura al mundo. Le pesa mucho ese humanismo autocelebratorio que se quedó en la escuela primaria, Juan Jacobo Rousseau y la revolución francesa. Su anticlericalismo también es otra forma más de victimizarse. Cuando lo puse en Twitter y me salieron a cruzar. ¿Qué entendía yo por “progresismo”? ¿A qué me refería? No es una pregunta tan difícil si se se entiende que al progresismo lo define un estado del alma y de la mente y no un partido político de cuadros orgánicos ni mucho menos una doctrina. Digamos que el progresismo lo forma una manera de leer, un grupo de gestos e instituciones, modas y afectaciones, que incluye –lista incompleta– el INADI, Página/12, Tiempo Argentino, Cabo Polonio, Editorial Anagrama, FSOC y una parte de la FFYL, Daniel Filmus, 678, una parte del Kirchnerismo –sobre todo en CABA–, la alta autoestima, Martin Sabbatella, fobias y paranoias varias, la psicoanalista divorciada, el barcito de Palermo, la bicisenda, hacer títeres en el parque, los jipis sucios, levantarse a las diez de la mañana, el CONICET, Onda Vaga, Sara Facio, el puto Principito, el Conjunto Pro Musica de Rosario, Julio Cortázar, jineteras y el Museo de la Revolución en Cuba, Quino, Kafka for dummies, empleo público, Frida Kahlo, poster del Che Guevara pop "pero que todavía me dice algo", Fito Páez, el Nacional Buenos Aires, el judaísmo ateo, los defensores de los derechos de los animales en Facebook, los antimacristas, muchos estudiantes de cine, Greenpeace, los que están en contra de la energía nuclear, los vegetarianos, veganos, freeganos, y así. (Enseguida me corrigieron asegurándome que aparte de los los “jipis sucios” también entraban los “jipis limpios y caretas”.) Después de eso ‏@Adelfaisnotdead escribió en su cuenta de Twitter: “El peor enemigo de un progresista es el progreso”. Ahora, acá, termino diciendo que entre la moral del Vaticano y la moral progresista, me quedo con la primera. Tiene más onda, más tradición, menos prejuicios y contempla la posibilidad la tentación, el pecado y el perdón.