Por Adriana Amado - @adrianacatedraa Hace unas semanas la prensa díscola osó publicar unas dudas sobre ciertos detallitos en la compra de veinte aviones Embraer. Al parecer, habría unos pequeños millones de diferencia que algunos asignan a los servicios de entretenimiento de esas naves. Los cultores del periodismo de cotilleo sostuvieron sesudos debates señalando la prescindibilidad de tales atributos para vuelos de cabotaje como hacen esos aviones, suponiendo que sin esas pantallas se podrían haber bajado un poco los sobreprecios. La noticia fue rápidamente reemplazada por el cuento de otro tipo de entretenimiento a bordo pero con bolsos y traslado de divisas al peso y los Embraer cedieron la agenda a aviones privados. Pero como la profundidad, decía Wilde, está en las cosas superficiales, la cuestión del entretenimiento de abordo dice más del servicio de la aerolínea que lo que podría suponerse.
Mi abnegada condición es la de viajera semifrecuente, ni tan habitual como para merecer alguna tarjeta preferencial, ni tan esporádica como para ahorrarme imprevistos así en el cielo como en la tierra. Pero tengo horas de vuelo suficientes como para afirmar que el entretenimiento de a bordo no es ningún servicio superfluo. Cuando tu suerte está encerrada en una lata que compartís con trescientas personas, los pequeños detalles pueden hacer del viaje un paseo o un padecimiento.
Acabo de verificarlo en tres líneas aéreas latinoamericanas. Mi viaje empezó a las 3.00 am en el mostrador de Aerolíneas Argentinas (AA), junto con otras cuarenta personas que tomamos en serio eso de que hay que estar tres horas antes de la salida del vuelo. A las 3.15 aparecieron cansinamente unos jóvenes que empezaron a trajinar con las pantallas como si estuvieran solos en la sala. A las 3.30, con cien personas más agregadas a la fila compartíamos la desazón de tener que esperar un cuarto de hora más hasta que alguien levantó la vista para llamar al primero de la fila. Recién entonces pude preguntar a un señor que no tenía uniforme de la empresa pero que parecía supervisar la impericia de los despachantes cuál era el mostrador rápido para los que habíamos tenido la precaución de imprimir vía web la tarjeta de embarque. Con estilo tanguero, así de costado, me dijo que fila había una sola. Y como la madre, entendí, había que bancarse la que tocara. Qué otra cosa más qué esperar podés hacer en Ezeiza, tan de madrugada. Daiana, la única que sonreía en el mostrador, en la sala de embarque justificó la demora. El sistema, me contestó con resignación. Lo mismo que respondió Laici a la vuelta, en el único mostrador del aeropuerto de Bogotá que acumulaba pasajeros. Aerolíneas es Argentina, aquí y en el mundo.
El viajar es un placer
El vuelo internacional de siete horas iba a ser amenizado por tres monitores de 14 pulgadas para todos y todas. A la fila 25, del lado de la ventanilla, apenas nos tocaba el resplandor de costado pero me dijeron que daban una de la zaga Crepúsculo. Hasta que habilitaron el uso de los dispositivos electrónico me entretuve con otro parpadeo, el de los tubos fluorescentes que titilaban cada uno en una gama del rosa delator del cansancio del neón. Hay que reconocer que a falta de oferta audiovisual hay doble ración de revistas institucionales. Alta, la revista de siempre que iba por su edición 227, y Cielos Argentinos, en su joven número 49. Contrariamente a lo que los mal pensados podrían acusar, la más nueva, del grupo Garfunkel-Spolzki, apenas tiene tres páginas de publicidad estatal. Es en la de siempre que el director de la compañía nos ofrece su mensaje institucional. Que a diferencia del los CEO´s de Lan y de Avianca, que me acompañaron en las siguientes escalas, necesitó dos páginas para expresarse. Se nota que esos otros directivos no tienen tantos logros para explayarse (incluso el de Lan gastó su media página en disculpas a los pasajeros con un compromiso por mejorar el servicio). Cosa que también les debe de pasar a los gobernantes de esas banderas, porque no aparecen ni en una línea de los números de abril. En cambio Alta necesita dedicarle no menos de once páginas de un ejemplar de 196 al relato de aciertos gubernamentales como los logros de la ciencia argentina, las virtudes de Berazategui, las políticas de inclusión social de los compatriotas que no tienen el privilegio de volar y numerosas obras públicas que nos esperarían cuando volviéramos a tierra. Sin dejar de mencionar el apoyo del jefe de gabinete al día del Síndrome de Down explicado como política pública de “Un país para todos”. Por si fuera poco, Presidencia de la Nación se expresaba en cinco avisos; Mendoza y Tucumán, en dos publicidades para cada provincia; Misiones, Santiago del Estero, Salta, Chubut, Entre Ríos y Córdoba entraban con una página cada una, como Patagonia, el casino de Puerto Madero y el Banco Provincia. Aerolíneas Argentinas se promocionaba en tres avisos y Austral en ocho. En tren de promoción multimedia, el jefe de tripulación recomendaba a los pasajeros ajustar los cinturones y visitar la página web “Donde encontrarán las mejores tarifas”. Porque ya comprobamos que hacer el check-in por ahí no adelanta mucho.
En cambio, no me alcanzó el corto vuelo interno en Avianca para leer la revista de 298 páginas. Apenas si pude hojear la guía de entretenimiento que me hizo sentir en clase business después de la austeridad de la aerolínea nacional y popular. La pantalla interactiva con adicional de enchufe USB ofrecía “La vida de Py”, “Django sin cadenas” y alguna que otra peliculita por el estilo. El menú prometía también “The Office”, “Glee”, “Modern Family” o “The Big Bang Theory” sin parecer preocuparse por promover en vuelo la telenovela colombiana. En cambio, nuestra línea de bandera no duda en tomar como misión la promoción de la industria audiovisual. Claro que en los únicos aviones de la flota que tienen pantalla personal de entretenimiento (los cuestionados Embraer 190). Pero ahí sí que no te alcanza el viaje para revisar los 25 cortos del Bicentenario; 16 programas de Encuentro; 13 programas de canal 7; 20 de Paka Paka y la media docena programas de Cartoon Network y Fox por todo menú internacional. La revista de Lan como la de Avianca, parecía tener la globalización más asumida, y tenía como notas principales del número de mayo a Perú, Porto, Kate Moss, Mario Testino y Maribel Verdú. Y las vanguardias en nota de tapa. “The avant-garde” titulaban sin miedo a mostrar que de viajar al mundo se trata eso de tomar avión.
Es cierto que para la aspereza porteña en la que vivimos inadvertidos por lo acostumbrados, la cordialidad colombiana o la corrección chilena puede resultarnos extraña. Pero una hora de viaje con el gentil “Con mucho gusto” de la elegante azafata de Avianca alcanza para notar lo corrosivo que suena el “Ya la atiendo” de la sobrecargo nacional y popular. Es la misma diferencia que hay entre esperar hora y media ineludible en el mostrador de AA o sentir que Avianca y Lan agradecen con una fila expeditiva a los que nos tomamos el trabajo de confirmar el asiento e imprimir el pase antes de salir.
Los uniformes y la pulcritud en un ámbito donde tanta gente come y duerme al mismo tiempo no es un lujo superfluo. El pelo con un gancho es canchero si estás saliendo del gimnasio pero no da cuando estás repartiendo pollo o pasta. Como tampoco da que el comandante Patricio recorriera el Airbus de AA con el pelo por los hombros, sobre todo cuando sus cincuenta largos se habían llevado todo el de encima. Hay una diferencia al ver subir la tripulación cada una con la valijita que pudo conseguir y los zapatitos baqueteados, y ver esas azafatas con sombreros y equipajes al tono que tienen las aerolíneas que entienden la identidad corporativa como parte del asunto. Suele ocurrir que las compañías que cuidan los uniformes de sus empleados son más cuidadosas con los pasajeros, vaya a saber por qué casualidad.