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El destino del mundo |
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Como espectáculo autoconsciente, los dos documentales priorizan los despliegues monumentales y el foco en zonas de emergencia; se narra como una ficción de cine catástrofe pero redimida antes del ocaso por “la ciencia”. Progreso y optimismo siempre atraviesan el curso de programas que terminan con moralejas esperanzadoras, con mucho de la prédica ecológica pero ilustrada con iniciativas creativas que le quitan la pátina aburrida del cliché sobre “cuidar el planeta”. Aquí se concibe el activismo como una de superhéroes modernos urbanos que intervienen “remodelado la superficie terrestre con puentes, rascacielos, monumentos y ciudades” (reza la presentación de Construyendo el futuro). Vale la pena seguirlos no por su carácter informativo, menos por su adhesión al realismo que suele caracterizar al género, menos todavía para estar actualizados del progreso científico. Interesan como zona en la que el documental se entrecruza con la catástrofe clase B y hasta con la parodia del activismo ecológico, gestando un producto novedoso, altisonante, entre la fantasía apocalíptica sobre el fin del mundo y el cuento infantil de los que arropan glaciares para que duerman tranquilos. El discurso sobre el medio ambiente encuentra un nuevo tono, desolemnizado y divertido. La supresión del lenguaje técnico y la presentación de conflictos simples ayudan a entrar en clima.
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