Por: Juan Terranova. La primera columna que escribí para este sitio, publicada el 21 de abril del 2007, se titulaba “¿Para qué sirve la feria del libro?”. Mi voz primera sonaba enojada. ¿Contra qué me enojaba? Hoy mi postura es sutilmente diferente. Todavía pienso que muchas de las cosas que escribí esa vez son acertadas, aunque un poco tensas por el desconocimiento de un sector difícil. Hay una opacidad general en la feria, que, como digo en esa primera columna, el viejo eslogan “del autor al lector” no hace más que acentuar. En esta opacidad, a media sombra, se oculta el editor, pieza clave del engranaje del libro. Y la feria, digámoslo, es la feria de los editores. Esto es así. ¿Está mal que así sea? Hoy creo que no. Podría pensarse un más honesto refrán “del editor al que compra”. Pero ese halo romántico y pequeño burgués que une los dos extremos de una frágil cadena invisible –el autor y el lector– ya no me resulta tan pecaminoso.
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