Por: Juan Terranova. Fui por una curiosidad casi malsana. Había tres o cuatro periodistas más. El aire acondicionado funcionaba a pleno y en el largo salón de conferencias esperaba un catalán entrador que saludaba mirando a los ojos, vestido con pantalón marrón y saco beige. Aunque viene de una gira por Chile, Córdoba y Rosario, Álex Rovira Celma no parece cansado. Publicados por Empresa Activa, sus libros son mezcla de parábolas, citas a la Reader´s Digest y una lectura entusiasta de Erich Fromm, por poner un nombre. Su público, no dominante pero muy presente, son los empresarios, y por supuesto, las amas de casa del mundo. “¿Alguna objeción?” me pregunto a mí mismo mientras me acomodo en una silla de caño plateado. Me contesto: “De entrada, ninguna”. Y el tipo, hay que admitirlo, es simpático y con reflejos de ese carisma catalán tan agradable. “Escribo en español, mis emociones las vivo en catalán, soy un mil leches” dice presentándose. Y después agrega: “Desde La buena suerte –su primer libro– me llegaron y me siguen llegando alrededor de siete mil cartas y mails que ordené y todavía conservo. Una mujer japonesa de setenta me escribió que después de leer mi libro decidió aprender a nadar. No está mal, ¿no?”
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