THE PALERMO MANIFESTO DE ESTEBAN SCHMIDT
Un libro brutal, molesto y abrumador

The Palermo ManifiestoPor: Gustavo Noriega. Entré a The Palermo Manifesto con miedo y prejuicio, salí de él exultante y con ganas de recomendarle al mundo (bueno, a la parcela bastante modesta del mundo con la que tengo contacto) que debía leerlo. Conocía los textos periodísticos de su autor, Esteban Schmidt, publicados en el site TP y en revistas, como la Rolling Stone. Su escritura, cada vez más fluida y parecida a la descripción de un flujo de conciencia, me resultaba atractiva aunque intimidante; sus ideas, crecientemente marcadas por un resentimiento nada oculto o disimulado, terminaban provocándome incomprensión y hasta un cierto rechazo.

Mucho de eso aparece en este, su primer libro. Sin embargo, la facilidad aluvional para la escritura y su feroz condena a una sociedad que falló en destacarlo como uno de sus principales dirigentes parecen estar aquí bajo control y bien encausados. TPM simula el discurso demente de un cuarentón que participó en política a partir de la victoria alfonsinista de hace un cuarto de siglo. Su verba descontrolada describe los movimientos sociológicos sufridos por la clase media argentina desde el advenimiento de la democracia a través de indicadores tan oblicuos pero efectivos como el desplazamiento de su zona de influencia de Caballito a Palermo, la actividad de los politólogos y sociólogos que ofician de consultores y la descripción minuciosa de los bares de la nueva zona chic de Buenos Aires. Schmidt –o su alter ego, no demasiado ‘alter’ pero bastante ‘ego’, Estebitan— descarga su furia por su frustración política. Su generación de militantes se pensó a sí misma como una elite destinada a destacarse para terminar comprobando que la política se recicla siempre dentro de un círculo cerrado (“En otros tiempos, compañeras y compañeros, cada vez que quisimos aportar algo, dar nuestro punto de vista para tratar de ayudar, para mejorar la cosa, y que la Argentina fuera Canadá, los que controlaban los presupuestos nos empujaron a la banquina para optar por la nube de alcahuetes que los merodeaban y que hicieron la vista gorda tanto, tanto, que alcanzaron la inmortalidad burocrática, estatal y demócrata e hicieron durante veinticinco años todo mal, todo por la mitad, o todo entero pero despacio y tarde”).

El primer acercamiento fue con los radicales, a quienes Estebitan describe de esta manera: “Un radical podía dormir pero no recordar los sueños. Muchos problemas para imaginar. Entonces, no vio venir la telefonía celular. Si lo apretaban con la hipótesis, podía entrever a un hombre con una vieja antena de televisión enganchada a su columna vertebral, porque no mucho más que eso podía ser la telefonía inalámbrica. Le parecía incómodo. Le parecía: qué barbaridad. Un radical no pudo ver que las cosas iban a ser cada vez más pequeñas.”

Las frustraciones relacionadas con la participación política se suceden unas a otras. La furia despectiva de TPM alcanza una cota magistral cuando arremete contra Luciano “Manteca” Di Nápoli, un nombre de fantasía que apenas disimula a Luis Alberto Quevedo, asesor de Daniel Filmus en su campaña a Jefe de Gobierno de la Ciudad y --en la descripción que hace Schmidt-- un uruguayo advenedizo, científico social oportunista dispuesto a lucrar teorizando sobre la cultura popular. Estebitan puede dedicarle varias páginas a una nota aparecida en La Nación sobre Quevedo y hacer una disección despiadada del ejercicio del periodismo y de la política al mismo tiempo.

Como un loco obsesivo, Estebitan le dedica párrafos y párrafos brillantes al dueño de una librería que decide, con un cartel en inglés, no habilitar los enchufes para las laptop, o a los clientes famosos de Un Gallo para Esculapio o al organizador de festivales callejeros.

Detrás de todos los análisis funciona como un motor a explosión su explícito resentimiento. Según sus propias palabras: “Todos los argentinos nos merecemos un barco, todos soñamos con el timón de madera de roble lustrado haciendo la travesía Punta-Floripa, o vestidos de blanco con dos tremendas putas en la cubierta. Todos queremos lo mismo, y sólo cien tipos lo pueden tener. La puta que lo parió a esos cien.”. The Palermo Manifesto es un libro brutal, molesto y abrumador. Tiene un efecto intoxicante, embriagador, fuertemente liberador. Se lee varias veces: la primera vez con asombro y luego, marcando párrafos, leyendo en voz alta, entre risotadas, los más salvajes y esclarecedores. Luego, se vuelve a leer y uno vuelve a reír y a sentir un sabor amargo.

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