OTRA VEZ MÁS DE LO MISMO
¿Para qué sirve la Feria del Libro?

Feria del LibroPor: Juan Terranova. Esta semana se abrió al público la 33ª Feria del Libro en el predio de la Rural. Abandonado el viejo y siempre sospechoso lema “Del autor al lector”, cuya ilusión pretendía borrar, con evidente cola de paja, a todos los que viven de la industria del libro, esta nueva edición ampliada presenta pocas novedades y ninguna variante.

 

De la misma manera que la televisión, que ya desde hace algún tiempo no puede dejar de hablar de sí misma –con programas que comentan otros programas que nacen de otros programas–, la Feria del Libro se volvió un ente de tendencia autónoma. El evento en sí mismo es el sentido del evento. En su concepción actual, la Feria íntegra podría hacerse en una estación espacial. De allí que el lema de esta edición, “Libros sin fronteras”, no sea del todo errado. ¿Sueñan los astronautas rusos con el hastío?

El eterno retorno

Yo tengo recuerdos de una feria llena de saldos, con libros fuera de estado y de moda, estropeados y más baratos. Nunca con libros inhallables, pero sí con la posibilidad de reencontrar algún que otro título deseado y no conseguido en su momento. Esto todavía puede ocurrir. Lo anterior no. Hoy en día todo es premium y caro. 

¿Cuál es el plus de la Feria del Libro, entonces? ¿Es ahora otra cosa que un galpón donde se amontonan las editoriales y algunas librerías pudientes? ¿Se cerrarán contratos como en Frankfurt? Lo dudo mucho. Cada tanto se escucha: las editoriales pierden plata con los stands, pero igual quieren estar.

Opacos alicientes

El placer del paseo antropológico, la conveniencia de tener todo junto –o apilado–, la tentación permanente de afanarse un volumen y escapar entre el gentío, funcionan como opacos alicientes. La pregunta ¿por qué ir a la Feria?, entonces, no tiene muchas respuestas. Este año se suman el Pabellón Ocre y la Carpa Ricardo Rojas, que envuelve al autor de Blasón de plata en cierto aire telúrico que, supongo, no le hubiera molestado del todo.


Un pibe contratado para atender el stand de una multinacional bosteza sobre la mesa de los best-sellers. La agresiva luz blanca ilumina las alfombras polvorientas de los pasillos. En la puerta del baño, tres mujeres hacen cola. Hay más relaciones entre la cultura del libro y el espiral televisivo –positivas y negativas– que las que lectores y televidentes pueden imaginarse, pero me planto acá, menos por pudor que por pereza.