NEGRO CONTRA BLANCO DE GERARDO YOUNG
Periodismo apurado

Negro contra blancoPor: Juan Terranova. Prosa blanda, desorden expositivo, cursilería narrativa, poca o nula información, conclusiones poco fundamentadas, Negro contra Blanco, el ensayo biográfico sobre Luis D´elía que la editorial Planeta acaba de publicar firmado por Gerardo Young, se queda en un retrato con aire de periodismo apurado que pasa lista a todos los problemas que definen un libro malo. Sin embargo, al tocar tan de lleno la coyuntura argentina, el libro dispara, una vez más, la discusión sobre las formas del análisis político.

Defectos congénitos

Cuando “la gente” –viejo y querido constructo frepasista– se junta en el Obelisco para insultar al Gobierno –o más bien, habría que decir, dando rienda suelta a su angustia de clase–, Young escribe “siempre emociona juntarse entre muchos por algo que se cree justo”. Ahora, cuando los piqueteros cortan una ruta el hecho siempre es ambiguo, de peligro latente, con reflejos siniestros. En este plano, las tergiversaciones de Young son conocidas. La protesta de arriba es justa, la de abajo impide “la libre expresión de los vecinos”; así la descripción, tan superficial como moral, del clientelismo resulta apenas menos irritante que las permanentes y tendenciosas preguntas retóricas. El remix de prejuicios atávicos es permanente. Ejemplo: “¿Lo que Luis busca es un atajo, una fórmula para no trabajar, para pasar por esta vida sin cumplir un maldito horario, sin levantar un ladrillo?”. En esa misma línea, Young actualiza el antiguo comentario de “se quejan pero en las villas tienen antenas de televisión” y escribe: “(…) el pobrerío del que habla Luis puede pasar hambre pero algunos tienen teléfonos celulares que sacan fotos digitales, cosa extraña pero cierta”. Si en los ochenta, la televisión era un bien de lujo que, a los ojos de la clase media democrática, aparecía en tensión con las casas de chapa, la opción actualizada se vuelve más radical desde el momento en que incluye el último afeite contemporáneo contra el rotundo y antiquísimo “hambre”. Evidentemente estas observaciones desconocen, o prefieren desconocer, el preciso funcionamiento del capital simbólico en una sociedad donde los beneficios de la modernidad siempre llegaron recortados y a destiempo. No vale la pena ahondar aquí sobre estos problemas, intrínsecos a la discusión política argentina. Lo que me interesa de Negro contra blanco es otra cosa.

Significante amo TV

La palabra más importante después de “odio” en Negro contra blanco es “imagen” y después, muy lejos, recién entra a cortar la simplificadora dicotomía bicroma. Si una de las grandes imposibilidades de Young es no poder trascender el retrato plano de la imagen, lo que representa una innovación para los libros de coyuntura política es que Negro contra blanco no está escrito para ese hombre medio que no existe y que “mira televisión” –último objeto de deseo de los editores del mundo– sino que está armado desde “el que mira televisión”. Así, en un gesto de simplificación significativo, el odio que Young intenta construir como la columna vertebral de su relato se vuelve importante en la medida de que es televisado. Siguiendo una lógica comprable, Negro contra blanco propone la televisión no sólo como el más importante de los medios, sino, también, como la metáfora más acaba de la fama y la exposición mediática. Sin embargo, en una gran inflexión que desborda a McLuhan, para Young el medio ya no sólo es el mensaje, sino que constituye la prosa, la metodología, la estructura de pensamiento y el centro del cual se irradian casi todas las categorías ideológicas. De allí que la imagen se vuelva un hecho irrevocable de valor. No se trata de anécdota o material a procesar, sobre el cual ejercer una lectura. En la mayoría de los casos la imagen aparece en el libro como prueba irrefutable. Por ejemplo, si D´elía aparece en una foto con un político con el que luego rompe, la fotografía por sí misma serviría como prueba de traición, deslealtad o arribismo. Estás simplificaciones recorren todo el libro.

En blanco y negro

Imposibilitado de ir más allá de la pantalla, Negro contra blanco, entonces, se vuelve repetitivo, como un programa de entretenimientos o, mejor, como un documental que dispone de pocas imágenes útiles y opta por repetirlas una y otra vez. En su lógica extremadamente periodística, imágenes, exposición y poder político se homologan. Encerrado en la pantalla histérica de TN que la noche del 25 de marzo captó al dirigente piquetero golpeando a un hombre que lo insultaba, Young lee las intervenciones de D´elía no como un gesto punk, arbitrario y vital, sino directamente como una epistemología, una manera de conocer el mundo. De allí se desprende la tesis central del libro en la cual D´elía construye su identidad política sobre los medios ya que su voz no representa a nadie. Para fijar esta idea, Negro contra Blanco debe solapar groseramente, entre otras cosas, un movimiento como la Federación Tierra y Vivienda que trabaja a nivel nacional y El Tambo, el barrio que D´elía fundó y construyó en La Matanza donde viven cerca de mil familias. El desinterés de Young por los logros políticos concretos de su biografiado es evidente. Su meca, su madre y su norte resulta, apenas, la pantalla chica.

El fantasma televisado del gorilismo

Negro contra blanco no es un libro para la clase media informada, menos aun es un libro analítico. En sus páginas, D´elía aparece como un conductor menor, un tipo de segunda línea, maquiavélico, vacío. Reservándome mi opinión sobre él, creo que si el objetivo del libro era atacarlo –y de hecho lo es– le faltó inteligencia, sensualidad y sobre todo eficiencia. El mismo Sarmiento se encargó de contar cómo reaccionó Rosas cuando le llevaron el Facundo: “¿Ven? Así se ataca, así se desprestigia a un hombre” habría dicho el Restaurador, con la seguridad y la voz firme del tipo que manda. Pese a que Young cita el Facundo y Expedición a los indios ranqueles es un error leer Negro contra blanco en esa línea. Con mucho esfuerzo es su triste reflejo, el fantasma televisado de un gorilismo que en otras épocas supo tener en sus filas lo mejor de la intelectualidad argentina. Sobre el principio de la narración, cuando expone por primera vez los conocidos eventos de la Plaza de Mayo, Young se pregunta: “¿Qué hay atrás de semejante ira?”. La pregunta es excelente: ¿Qué hay ahí atrás? ¿Qué hay atrás de D´elía? Es una lástima que le falten las herramientas dialécticas para entender la importancia de esa pregunta pero más lamentable resulta todavía que no demuestre interés en responderla. Negro contra blanco es, lejos, uno de los peores libros del año. Por supuesto, no se trata de pedir una adhesión política a priori, –¿cómo pedir eso?–, ni si quiera se trata de exigir ecuanimidad, pero no se puede dejar de señalar que D´elía, como personaje y actor político, complejo, lleno de matices y de brutalidad, merecía una pluma mejor preparada, más formada en los temas que trata y, sobre todo, más lúcida.

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