EL NUEVO LIBRO DE LANATA
Guerrilla para principiantes

Muertos de amor - LibroJorge LanataPor: Juan Terranova Muertos de amor, la nueva novela de Jorge Lanata, retoma la lucha armada en la Argentina, narrando las desventuras y el fracaso del primer grupo guerrillero que se internó en el monte tucumano dirigido por Ernesto Guevara desde Cuba. Fusilamientos, travestismo y la cara del Che en una remera.

 

Yo hice una vez cierta caricatura; el dibujo representaba una población en ruina toda llena de horcas y de cadáveres. El pie del dibujo decía simplemente; “¡Ha triunfado la idea!”.

Jacinto Benavente
 

Muertos de amor de Jorge Lanata cuenta la historia de la formación, breve vida y desintegración del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), un grupo armado que, en mayo de 1963, se internó en la selva tucumana para, bajo “inspiración directa” de Ernesto Guevara, en ese momento en Cuba, comenzar la ofensiva armada en el país. Integrado por ex miembros de la Federación Comunista Argentina, agentes cubanos y militantes independientes, el grupo nunca entró en combate ni logró ninguno de sus objetivos militares o políticos. Sin embargo, tuvo dos bajas cuando enjuició y fusiló a dos de sus combatientes. Denunciados por los propios campesinos, los quince cuadros del EGP fueron detenidos por la gendarmería y su historia terminó casi antes de haber empezado.

Revival

A fines del 2004, como señala Lanata en una nota del libro, el EGP volvió a entrar en la historia de la mano de un debate suscitado por declaraciones del filósofo Oscar del Barco. Las repercusiones se extendieron por diferentes medios: las revistas La Intemperie, Conjetural, Veintitrés e incluso Ñ. (Lanata se olvida o desconoce aquí el esforzado dossier que le dedicó a la polémica la publicación on-line El Interpretador.net.) Más allá de este revival, que el autor de Muertos de amor intenta capitalizar, la novela no es impredecible. Su protagonista más visible es Jorge Ricardo Masetti, un periodista radial que viajó a Cuba,  entrevistó a Ernesto Guevara en la Sierra Maestra y después se convirtió en su representante al mando del EGP con el seudónimo Comandante Segundo. De allí que la figura de Guevara aparezca y sobrevuele todo el libro. Hay, por supuesto, alguna imagen indignante de la dictadura de Batista y sin esfuerzo se reconocen ambientes inspirados en Reunión, el cuento de Cortázar. La novela en sí, atrasando unos veinte años, es hija o nieta o bisnieta de lo que se dio en llamar el boom latinoamericano. Esa filiación es evidente.

Primer acercamiento

En un primer acercamiento podemos decir que la tapa de Muertos de amor es una metáfora tan vulgar que da risa, mientras la contratapa parece escrita por una persona a la que le contaron cómo era el libro. El título, de una cursilería evidente, está sacado de un poema de Alberto Szpunberg que como epígrafe abre el relato. La cursilería no es algo necesariamente malo. Un bolero es un bolero, un tango es un tango. Pero ligada a los controvertidos movimientos guerrilleros es más difícil de tragar. El risueño efecto de empatía inmediata que genera lo cursi se retarda, para transformarse en otra cosa y volverse patéticamente ridículo. De la misma manera, uno podría preguntarse sobre el título: ¿Muertos por quién? ¿Es el amor el que ejecuta? A los que fueron fusilados en la selva a manos de sus propios compañeros por mostrar debilidad física y moral, ¿los mató el amor? No hay que ser tan tremebundo para encontrar desaciertos en este libro.

Primera línea

La primera línea de la novela es una pregunta: “¿Realmente quieren saber qué pasó?” La respuesta que se da es otra pregunta, esta vez más retórica: “¿A quién podría importarle lo que pasó?”. En esa tensión entre contar lo que verdaderamente pasó, algo que el libro no hace, y la desidia especulativa, el desinterés y el escamoteo, algo que el libro practica, se juega la escritura de Muertos de amor. Técnicamente su realización no es genial pero tampoco necesariamente inválida. La mezcla de voces y estilos hace que la lectura sea ligera, accesible. Si el resultado final es soso se debe a cómo Lanata aborda la historia, desde dónde la lee y cómo la entiende. (Inclusive podríamos llegar a decir, no sin un poco de falso pudor, cómo la vende.) 

Travestismo

En un momento uno de los protagonistas se pregunta: “¿Qué llevó a cada uno a unirse a la guerrilla? No sé, a mí personalmente me impactaron mucho algunas cosas de la Segunda Guerra Mundial.” Este pasaje es clave para entender el extravío literario de Lanata. Los personajes pasan de la vida civil a la selva y ahí se dividen entre los que sostienen el discurso idealista y los que lo soportan. No hay lugares intermedios. No hay pasaje. Menos se le brindan al lector los momentos de conversión simplemente porque Lanata es exterior al fenómeno y aunque lo cuenta, lo desconoce. Es como si el autor se ubicara atrás de un vidrio para narrar. ¿Hay una estetización de los movimientos armados de la década del 60? Necesariamente esto sucede cuando se despliega una historia tan complicada, pero por momentos, Lanata parece regodearse en los crímenes, en la dudosa idea de legalidad y en la alucinada legitimación política. ¿Es Muertos de amor un libro nostálgico? No, pese al sentimentalismo burdo, la novela no es nostálgica. Pero es evidente que el autor se disfraza para escribir Muertos de amor. Libidinal, trasviste su voz, pero esa voz que consigue es la de un travestido castrado.

Retrato

Lanata reproduce bien los razonamientos y los estilos revolucionarios. ¿Hasta qué punto los avala al hacerlo? Es difícil decirlo. En todo caso, Muertos de amor es un relato épico. Las quejas de algunos de los personajes en la selva no alcanzan para elaborar una crítica. Al contrario, refuerzan la idea de gesta. Las razones que se enuncian –el hambre, la injusticia– parecen siempre válidas. Las partes más logradas del libro suceden cuando Lanata logra retratar la arrebatadora pulsión de muerte que articula el discurso revolucionario, su reparto de culpas y su resentimiento. Sin embargo, el clima es emotivo, no de examen. Para decirlo epigramáticamente, Lanata intenta dar una de cal y otra de arena, pero no le sale. Lo más lejos que llega la crítica de Lanata a Guevara es resaltar su parecido físico con Cantinflas. A Fidel, personaje menos épico y difícil de vender como un héroe –desde el momento en que como un autómata todavía insiste en seguir vivo– apenas se le dedican dos líneas. Así, la capacidad crítica de Lanata vive en un desierto y le encanta dejarse arrastrar por el dulce placer del mito: “El Che fue lo que los demás quisieron ver en él. Lo que los demás necesitaron que fuera, para que el sueño y el destino se dieran la mano. Ya no eligió: fue elegido, el Che era mucho más grande que él, y se terminaría devorando su vida y la de los demás.”

Guevarismo de remera

El libro está más cerca, entonces, de un guevarismo de remera, antes que de una narración honesta del complicado entramado de relaciones y problemáticas que atraviesa la figura del Che, su influencia en países como Argentina, Bolivia y Cuba y las derivaciones morales de la guerrilla rural. Reafirmando la imagen pop del Che, Lanata elabora esta comparación: “Encontrar al Che Guevara en medio de la Sierra Maestra era igual a encontrar la tumba de Jim Morrison en Père-Lachaise: todo el mundo conoce el lugar”.

En 1916, Leopoldo Lugones escribe El Payador canonizando el Martín Fierro y estableciendo su lectura más escolar y difundida cuando la Pampa termina de ser alambrada y sus habitantes completamente domesticados. El libro de Lanata opera de forma similar. El peligro de las organizaciones armadas ya está lejos. Llegó entonces el momento de su épica, de su reivindicación, de su exploración sin miedos y su revalorización. No es de extrañar entonces que se les pida a los miembros del EGP que se refieran a Guevara como “Papá, o Papaíto, o Martín Fierro”. Las nominaciones paternales no son más terribles que la elección del nombre propio del gaucho.

Final

Quizás si el título de la novela hubiera sido “Muertos de odio por un puñado de idealistas homicidas y militaristas trasnochados”, su escritura habría sido más acertada. Las palabras más interesantes del libro no pertenecen a Lanata, sino a Jorge Masetti Hijo, autor de El furor y el delirio. Itinerario de un hijo de la Revolución Cubana: “Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia con Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada primero, hubiéramos fusilado a los militares, después a los opositores y luego a los compañeros que se opusieran a nuestro autoritarismo, y soy consciente de que hubiera actuado de esa forma”. Este eco, como tantas cosas, se pierde en el blando universo de Muertos de amor.

Fe de erratas del autor de la columna: Confundí, al principio de esta nota, y como oportuna e insidiosamente señaló un lector en el libro de visitas, el lugar en el que se sitúa la acción de la novela. No se trata de la selva tucumana, sino de la selva salteña.