SOBRE EL LIBRO LOS FANTASMAS DEL MASAJISTA
Restos conceptuales

Los fantasmas del masajistaPor: Juan Terranova. Los fantasmas del masajista de Mario Bellatin cuenta la historia de un masajista paulista al cual el narrador recurre cada vez que pasa por la ciudad brasileña. En la rara intimidad de la práctica kinesiológica, el profesional le cuenta al narrador la muerte de su madre, sus ilusiones comerciales y una amplia gama de problemas domésticos. No hay sombras épicas. Ni tampoco la chispa de sus resignadas situaciones vitales parece alcanzar para la picaresca. La narración se reduce entonces a una serie de situaciones de van del teleteatro a la confesión.

La idea de fantasma

¿Qué es lo más interesante de Los fantasmas del masajista? La idea de “fantasma” que trabaja Bellatin a partir del miembro que no está pero que igual se hace sentir, que duele y que debe ser atendido, y la idea del peso materno, falsamente edípico,  podría relacionarse, no sin fisuras, con la influencia de Manuel Puig. De hecho, están las artistas freaks y anacrónicas, está el tratamiento kitsch de la muerte, el trabajador melancólico, Brasil, lo popular, el disfraz. Pero algo falta. Lo que falta es la “política”, esa “coyuntura” que a Puig se le colaba en los libros porque abría la puerta de la realidad sin retacear esfuerzos ni problemas. En ese sentido, Bellatin es un Puig que no paga cargas sociales, un refinado escritor neoliberal. Su valor último habría que buscarlo antes como síntoma de época, como termómetro, como variable a tener en cuenta en la descripción de una “estado de cosas”, antes que como narrativa inconformista, crítica o anti-conservadora.

Retro

Bellatin no es un escritor viejo, pero sí es un escritor retro. Su estética se arma, antes que construirse, o quizás incluso debería decirse que se “deja arrastrar”, por la fuerza centrípeta de un conceptualismo que ya, muy lejos de ser novedad, se legitima en la tradición antes que por su diálogo con la realidad o la reformulación de esa misma tradición. Esta es una forma rebuscada de decir que cuando leí el libro no me disgustó, pero tampoco lo disfruté. Quizás la palabra sea “tibio”. O tal vez, es muy probable, yo no sea el lector que Los fantasmas del masajista. De ese desencuentro me queda en las manos una previsible desazón, un libro al cual le di demasiadas vueltas y el adiós, que no debería ser muy consecuente pero tampoco tímido, a un autor demasiado festejado por el campo intelectual porteño.

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