SOBRE UN LIBRO DE PABLO KATCHADJIAN
Una serie infinita de cambios

El Aleph EngordadoPor: Juan Terranova. En 1997, el artista ruso Alexander Brener pintó un signo de dólar con aerosol verde sobre la obra Cruz Blanca Suprematista 1920-1927 de Kasimir Malevich que se exponía en el Stedelijk Museum de Arte Moderno de Ámsterdam. Durante el juicio por vandalismo y daños, Brener declaro que “La cruz es un símbolo de sufrimiento, el signo del dólar es un símbolo de comercio e intercambio. ¿Desde qué punto de vista humanitario son las ideas de Jesucristo de mayor significancia que las del dinero? Lo que yo hice no fue contra la pintura. Veo en mi acto un diálogo con Malevich”. Más allá de toda teoría estética, los jueces que escucharon a Brener hicieron cuentas. La pintura de Malevich estaba asegurada por valor de dieciséis millones de dólares. Brener fue preso. Muy lejos de Holanda y a un año del bicentenario de la patria, Pablo Katchadjian publicó El Aleph Engordado en la IAP, un sello de catálogo excelente. Como el gesto artístico-vandálico de Brener, el libro de Katchadjian plantea un diálogo con una obra de arte canonizada. Pero a diferencia del gesto del artista ruso, el suyo es, al mismo tiempo, violento y enigmáticamente sutil.

Concepto

“El trabajo de engordamiento –escribe Katchadjian en su posdata– tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que si alguien quisiera podría volver al texto de Borges desde este.” No hay mucho más para decir. Si el procedimiento es simple, o al menos es simple su descripción, la obra final es de una complejidad atendible. Pero pensemos: si el Aleph es todo, o al menos en él es posible ver todo, ¿qué es El Aleph engordado más allá de su procedimiento compositivo? Los momentos de enumeración de El Aleph magro son muy bien tratados, alimentados y expandidos por Katchadjian. Su inteligencia de feed-lot es equilibrada y su talento, innegable. Pero también hay un trabajo con los detalles. Al ya famoso alfajor santafesino se agrega ahora el telúrico vino patero. Y las modificaciones evidentes también resultan acertadas. Se luce, en esta categoría, la sesión de brujería y drogas que el Borges narrador comparte con la mucama chilena de rasgos mapuches y el engorde temperamental de Daneri, que recuerda bastante al Fitzgerald descripto por Hemingway en París era una fiesta. Ahí el texto se comenta a sí mismo: “Esos rasgos engordados resultan mucho más atractivos que los finos y filosos originales”. La frase es menos una autodefensa celebratoria que una propuesta.

Cómo leer el engordado

Más allá de los deseos y anhelos particulares de cada lector, las instrucciones básicas para un primer acercamiento a El Aleph engordado son estas. Primero leer el engordado y subrayarlo. Luego, leer El Aleph de Borges. Dejar reposar ambas lecturas. Una semana más tarde –puede ser una semana corta de cuatro o cinco días– comparar los textos. El subrayado debería señalar una tensión, intentar descubrir las modificaciones del texto primero. Funcionaría, entonces, este subrayado, como las marcas que el cirujano hace en el cuerpo antes de iniciar la liposucción. No es necesario para implementar esta lectura haber leído, antes del engordado, el texto magro. Los prejuicios y la información parasitaria sobre la marca “Borges” sirven igual o mejor que El Aleph en sí mismo. Los resultados si se leyó antes la pieza primera, por supuesto, serán diferentes a si no se la leyó.

La almohada es humildosa

Una salvedad importante. El engordado no transforma a Borges en Aira. No hay delirio. No hay sobrepeso. No hay monjas voladoras ni excesos graciosos y/o excéntricos. Los agregados evitan con precisión lo paródico, aunque sí se escucha un tono ligeramente burlón, algo que de hecho ya está en el texto sin intervenir de Borges. ¿Por qué entonces Katchadjian prefiere el “engorde”, antes que el “estire”, el “alarge” o el “expandido”? El barroco es un pliegue, no una esencia, y la proteína se aloja entre los músculos, como reserva energética en caso de esfuerzo o necesidad. Doble trasgresión festiva entonces la de Katchadjian. Por un lado, la variación que afecta y juega con el texto ultra-canónico. La segunda, mucho más importante, cierta reivindicación de “lo gordo” en tiempo de obsesiones dietarias. “Cambiará el universo infinito pero yo no” dice Borges, con melancolía, vanidad y auto-indulgencia. Pero es un enunciado de resistencia a lo inevitable, ya que todo cambia, todo el tiempo.

Grasas trans

Llegado este punto es posible hacerse otra pregunta: ¿Es El aleph engordado de Katchadjian El Aleph de Daneri? No, la cosa parece más compleja. Una vez una chica me dijo en la Facultad de Filosofía y Letras de la década del 90 que los griegos habían encontrado el equilibrio perfecto con dos disciplinas, la música y la gimnasia. Lo pensé y le respondí que me sentía más latino, necesariamente más italiano, y entonces, la grasa también era mi tema. El Aleph engordado de Katchadjian es menos criollo –o inglés– que mediterráneo, inmigratorio, necesariamente armenio, o francés de merengue. Sus modificaciones agudizan la crítica adiposa a lo sublime que se puede leer en El Aleph flaco. En este sentido se podría hablar de un Aleph robustecido. Así, la línea fundamental que empieza con la Comedia de Dante, y que recorre casi setecientos años de historia y llega hasta Help a él de Fogwill, suma en este libro un eslabón más.

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