ENTREVISTA A LUIS DIEGO FERNÁNDEZ |
Sobre el placer |
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En un momento la voz narradora del libro dice que le gustaría hacer “un desfile de filósofos y un congreso de modelos”. ¿Por qué?
Tal vez porque está bueno dar vuelta las cosas. Lo pretendidamente serio y reflexivo (los filósofos) en un lugar supuestamente frívolo, y viceversa: las modelos en medio de un congreso de intelectuales. Algo de cierta raíz derridiana que me formó –o deformó- debe estar en esa frase. Tengo un espíritu deconstructor, mi tesis de licenciatura en filosofía fue sobre la obra de Jacques Derrida y me gusta girar, contaminar las cosas.
Hoy la idea del placer parece inundarlo todo, tocarlo todo, pero es un placer compulsivo, vaciado de deseo. ¿Furia & Clase plantea racionalizar el deseo para recuperarlo?
Creo que no hay placer hoy. Hay consumo. No placer. Hay producción, productividad. Hoy hay una vulgata del placer cuando, en rigor, el fundador del hedonismo filosófico –Epicuro- lo planteaba en términos negativos: ausencia de dolor en el cuerpo y perturbación en el alma. Hoy el ocio es más bien visto como un lugar incómodo, de desesperación, no de gozo. En todo caso como un territorio cada vez más contaminado de trabajo. Los límites trabajo/placer están desfigurados y por eso se piensa sobre estos temas. Respecto al deseo y el placer es un discusión larga que podemos remontarla al debate entre amigos de Foucault y Deleuze. Foucault hablaba del placer, Deleuze del deseo. El primero lo veía como un acto en cierto sentido de afirmación de la individualidad, resistente a la normalización –y disciplina-; el segundo, al deseo como motor de esa individualidad que escapa al control. El foco en el “entre” de la cosas.
Si tuvieras que elegir una Edad de Oro del placer, ¿cuál sería?
No sé si habría edad dorada. No creo mucho en los paraísos. Pero mejor que sea hoy. Si tengo la obligación de señalar alguna edad donde el placer tuvo cierta relevancia reflexiva te diría que me gusta el helenismo grecorromano. La taxonomización de los placeres y, a la vez la rigidez individual era magnífica: las dietéticas de Hipócrates, Galeno, la erótica de Ovidio, de Luciano. La propia vida era vista como un material plástico. Y ajena a la regulación externa, es decir, por fuera de otras instancias que uno mismo. Luego tengo otras preferencias: la Inglaterra del XVIII y la California de los beatniks en los años 50’s.
“¿Cómo se hace para escribir como un DJ?” Se pregunta en un momento el libro. Y la respuesta que da es “Citar, pegar, mezclar”. ¿Hay de eso en Furia & Clase?
Sí, claro. El libro está escrito como si fuera un sampler permanente. De allí esa manía en citar, nombrar, listar, tirar nombres, títulos, marcas, etc. Hay un filósofo y DJ afroamericano que se llama Paul D. Miller –también conocido como DJ Spooky-. El dice: “somos samplers”. Yo coincido. En mi formación la cultura DJ es central. Y esa cultura pregna también mi contacto con los libros, con todo. Los remixo. En la presentación voy a remixar a varios filósofos.
Entre tanto refinamiento aparece un par de veces el adjetivo “ridículo”. ¿Por qué? ¿Cómo se entiende “lo ridículo” en este contexto?
Excelente pregunta. Está la famosa aseveración: “de todo se vuelve menos del ridículo”. Lo ridículo en el contexto de lo que se pretende fino sería el error de cálculo, la falla en la Matrix. Pero también es lo que hace posible que el resto sea visto como “fino”.
El sentido se podría recuperar por la moda. El libro lo deja claro. Pero… ¿no hay otra forma?
El sentido es un constructo. Foucault hablaba de un concepto que era el de “episteme”. Había diferentes epistemes –renacentista, clásica, moderna- que cambian y, por lo tanto, cambian las ciencias, el arte, etc. Hoy deberíamos pensar en el marco de que ¨episteme” estamos siendo constituidos como sujetos. Creo que eso respondería la pregunta por el sentido.
En el lounge, ¿hay lugar para la depresión?
Sí, claro. Ningún estado anímico tiene preponderancia por sobre el otro.
Hay mucho Syrah en el libro, y poco Malbec. ¿Es una preferencia personal o atiende al programa hedonista?
Creo que básicamente es una preferencia mía. No hay nada programático. Suelo probar por épocas todos los vinos que encuentro de una cepa. Con el syrah lo hice mucho, comprar todos los syrah y probar. Los mejores que he tomado últimamente, creo, son del Valle de Tulum en San Juan. Y también hay grandes syrah en California –en Napa- y Australia. El malbec me gusta, sí, pero creo que la “cosa telúrica” que le quieren dar me hace huir un poco. Lo telúrico, la búsqueda o la pretensión originaria del gran malbec local –emblema argentino- lo coloca en un lugar al cual no me gusta pertenecer: no me gustan tradiciones ni los mitos fundadores. El syrah en cambio tiene una sensualidad viril que me gusta. Cierta urbanidad compleja y, a la vez, una cosa poetizante, recordemos que le cantó Omar Khayam, gran poeta persa. Tiene un equilibrio adecuado: no cae en lo afectado, excesivamente gay del merlot ni en el reinado macho cabrío del Cabernet. El syrah es, en algún sentido, dandy.
Furia & Clase plantea de forma muy clara la estética como una política, ¿podría ser al revés también y plantear una política como estética?
Sí. A veces se suele ver la estetización de la política como un elemento de la derecha, cosa que yo no creo. Y la politización de la estética como lo propio de la izquierda, pero no pienso en términos binarios. No.
¿Cuáles son los límites del hedonismo?
El dolor y el sometimiento. El límite es hacer sufrir y dominar. En ese sentido el hedonismo es anárquico. Onfray habla a veces de erotismo solar –el de la tradición de la ars erotica india, china o hasta renacentista- en oposición al erotismo oscuro, de la suciedad, del pecado, heredero de Sade y Bataille. Me gusta esa idea. Cuando el hedonismo aparece como una contrapartida de la culpa cristiana me parece que se marca un límite. El hedonismo le hace el juego a lo que combate. En ese aspecto es como la teoría del poder y la resistencia. Tomando la frase de Foucault “donde hay poder, hay resistencia” podemos decir: donde hay dolor, hay placer”. Para dar cuenta de uno, el otro es necesiario y lo implica.
¿No puede resultar monótono el hedonismo que plantea el libro?
No lo pensé. No sé que otras formas de hedonismo habría.
El hedonismo tiene una larga tradición literaria y filosófica en occidente. ¿Por qué parece solapárselo entonces de la discusión de ideas hoy?
Efectivamente, es una tradición rica: desde Epicuro y Lucrecio a Michel Onfray. De Aristipo de Círene a Foucault. De Lorenzo Valla a Nietzsche. Hasta Marx puede ser visto como hedonista –recordemos su tesis sobre Epicuro y Demócrito-, pero también pensadores utilitaristas ingleses o ensayistas gastronómicos como Grimod de la Reyniere o Brillat Savarin se enmarcan en ese linaje, y los dandies, desde luego. Pero volviendo a tu pregunta, hoy lo que sí se nota es una preocupación sobre el cuerpo, sobre lo orgánico, la idea de “bios”. La categoría de “vida” aparece en escena. Pero hay un doblez acá: el auge de la gourmandise y la sofisticación de la búsqueda del placer –cada vez más ligado a la salud y el healthism- va de la mano con la creciente animalidad del hombre –la condición del snobismo posthistórico que señalaba Kojeve- al reivindicar los sentidos bastardos –olvidados por la tradición humanista-: el gusto, tacto y olfato. Este planteo es algo muy interesante. Por un lado, aprovechado por el mercado, con toda lógica mercantil; pero por el otro, esta minuciosidad sobre el cuerpo no trae a colación lo que era fundamental para el hedonismo epicúreo: la conciencia de la propia muerte. La finitud. Hoy si hay un tabú es la muerte. La muerte es el tabú más importante de hoy, y en eso el hedonismo filosófico puede resultar la corriente filosófica más lúcida que existe. El gozo de la individualidad en épocas de transición y decadencia con plena idea tu muerte. Y sin recurrir a dioses, ni culpas. De manera franca, amistosa y verdadera. Noble, hasta diría.
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